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¿Autocrítica y giro de CFK?

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CLAUDIO FANTINI
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El acontecimiento tiene una trascendencia histórica objetiva, que explica por qué su convocatoria es equiparable a la que tuvieron los funerales de Yitzhak Rabin en 1995.

En Yad Vashem se conmemoran el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau, el máximo símbolo de la industrialización del asesinato.

Pero más allá de su indiscutible dimensión histórica, está la dimensión política. En ella, valen las preguntas sobre la significación de algunas presencias. Por caso, la de Alberto Fernández.

En Argentina, muchos se preguntaron por qué eligió a Israel como destino de su primer viaje al exterior como presidente y por qué decidió reunirse, a pedido de Donald Trump, con el primer ministro Benjamín Netanyahu, quién en contraste con el internacionalmente apreciado presidente del Estado judío, Reuven Rivlin, resulta una figura controversial por su política de expansión de asentamientos en territorios ocupados y por su dura reticencia a retomar las negociaciones sobre la cuestión palestina.

El enigma no surge de las posiciones que siempre ha sostenido el propio Alberto Fernández, sino del hecho de que su vicepresidente es Cristina Kirchner, cuyo gobierno concretó un oscuro acuerdo con Irán sobre la masacre de la AMIA. La finalidad de aquel acercamiento gestionado por Hugo Chávez, es lo que estaba por denunciar ante el Congreso el fiscal Alberto Nisman cuando murió con una bala en la cabeza.

La versión que hizo trascender la Casa Rosada es que el presidente pensaba no asistir al evento israelí por congestiones de su agenda, pero Cristina lo convenció de que debía viajar. Esa versión afirma que hay una nueva mirada internacional de la actual vicepresidente, surgida de una reflexión autocrítica que hizo sobre el acercamiento a la teocracia persa y el aislamiento que le causó la política exterior de su gestión.

Es difícil saber si de verdad fue incubado de ese modo el viaje del presidente. Lo indudable es que, así planteado, Alberto Fernández se justificó ante las bases más radicalizadas del kirchnerismo, cuyas derivas extremistas no superan la sumisión feligresa que tienen hacia la mujer que los lidera.

También es indudable que la versión que pone en ella la decisión del primer viaje del presidente, sólo pudo circular sin versiones que la contradigan porque así lo dispuso Cristina. Por lo tanto, haya realizado o no esa revisión autocrítica de su visión del mundo y de su política exterior, hoy está dispuesta a actuar en un sentido contrario a lo actuado cuando era ella la que ocupaba el despacho principal de la Casa Rosada.

Alberto Fernández era jefe de Gabinete cuando Néstor Kirchner siguió a Chávez en la dirección opuesta al acuerdo de libre comercio que promovía Estados Unidos y quedó desahuciado en la Cumbre de las Américas del 2005, cuando el exuberante líder caribeño mandó el “ALCA al carajo”. Pero su influencia sobre Kirchner se vio, más bien, en la dureza con la que aquel gobierno denunciaba a Irán en las asambleas de la ONU y se alineaba con las políticas anti-terroristas de George W. Bush.

La búsqueda de restablecer vínculos dañados por el gobierno de Cristina, quizá con vistas a los procesos judiciales sobre el pacto con Irán y la muerte de Nisman, es novedosa en la vicepresidente argentina, quien aunque no hubiera tenido la idea que le adjudica la versión surgida en la cúpula gubernamental, autorizó la circulación de esa explicación del viaje de Alberto Fernández y de su reunión con Netanyahu.

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