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Animarse a gritar “patria y vida”

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CLAUDIO FANTINI
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Cuando la gente se atreve a desafiar los mecanismos que inhiben las protestas desde que comienzan a incubarse, crece la sensación de que la rebelión popular triunfará sobre el autoritarismo. 

Sucede que no es poco desafiar la red de delaciones vecinales y hasta familiares que caracteriza a los sistemas totalitarios.

En Cuba, uno de esos dispositivos está expuesto y apenas disfrazado: los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) que agrupan a los vecinos bajo el mando de quienes, en los hechos, actúan como comisarios políticos de cada cuadra en los barrios de todas las ciudades y aldeas de la isla.

Los mecanismos de delación activan instrumentos solapados de castigo. Por eso cuando la gente deja de lado el miedo y se lanza a las calles atravesando ese terreno minado que implica la red de delatores esparcida en todas las células de la sociedad, se genera la sensación de que las protestas triunfarán sobre el régimen. Y de hecho, en ocasiones ocurre. Cuando los manifestantes que iniciaron en 1989 las protestas en Leipzig, contagiaron las manifestaciones a Berlín oriental logrando derribar el muro y también el totalitarismo de la RDA. A la dictadura de Ceausescu en Rumania la derribaron las protestas iniciadas en Timisoara y contagiadas a Bucarest. También ocurrió en Polonia, donde los obreros liderados por Lech Walesa y el sindicato Solidaridad enfrentaron y vencieron la represión ordenada por el general Jaruzelski. Pero no siempre triunfa la protesta. En China, ese mismo año, la criminal represión ordenada por Li Peng aplastó la protesta estudiantil en la Plaza de Tiananmén.

En 1956, el partido comunista húngaro había doblegado a sangre y fuego las manifestaciones en Budapest y doce años después los tanques soviéticos arrasaron la rebelión checoslovaca en apoyo a la aertura política y económica bautizada “Primavera de Praga”.

En Cuba, los padecimientos del llamado “período especial” que implicó la desaparición de la Unión Soviética, detonaron el “maleconazo” de 1994, doblegado por la represión y por la presencia intimidante del mismísimo Fidel Castro ante los manifestantes en La Habana.

Como lo ha hecho siempre el régimen castrista, el actual presidente, Miguel Díaz-Canel, culpó al embargo norteamericano de los cortes de electricidad y la falta de alimentos y medicamentos que provocaron el estallido social.

La pandemia redujo notablemente el turismo, la única industria que produce dólares en Cuba, agravando la languideciente economía de la isla. Pero el régimen describe como única causa de esa crónica fragilidad al “enemigo imperialista”. Y cuando las protestas que empezaron en el interior llegaron a La Habana, Díaz-Canel recurrió a los “boinas negras”, que son la versión cubana de los “basijis” iraníes, la fuerza de choque de altísima agresividad que lanza el régimen de los ayatolas contra las manifestaciones.

Pero la carta más brutal que jugó el presidente, fue su llamado a las bases del Partido Comunista (PCC) a salir a las calles a enfrentar a los manifestantes. De este modo, Díaz-Canel impulsó el choque abierto entre civiles. Y en ese terreno, con internet bloqueado y los servicios de telefonía celular interrumpidos, a la ventaja la tiene el aparato partidario porque puede organizar a sus militantes mientras en la sociedad se cortan los canales de interconexión horizontal.

Internet y la telefonía celular posibilitaron protestas espontáneas como la que tumbó a Hosni Mubarak en Egipto y a Abdelaziz Buteflika en Argelia, pero tanto la monarquía absolutista que impera en Arabia Saudita como el régimen de los ayatolas iraníes, pudieron cortar esos servicios a tiempo para interrumpir la comunicación horizontal que posibilita el fenómeno de las manifestaciones “autoconvocadas”, o sea sin líderes ni organizaciones.

La diferencia entre estas manifestaciones y las de 1994, es que el llamado “maleconazo” se limitó a La Habana, mientras que la actual se originó en San Antonio de los Baños y se expandió por decenas de ciudades, incluida la capital cubana. Pero la principal diferencia es que, en esta oportunidad, las consignas coreadas reclaman que “acabe la dictadura” y repiten las tres palabras claves de la canción rapera que desafía al “patria o muerte” que desde su origen repite el régimen.

La canción que se ha convertido en himno de las protestas antigubernamentales dice “no más mentiras… no más doctrinas, ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida”.

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