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El amo del laberinto

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CLAUDIO FANTINI
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La pandemia le dio a Benjamín Netanyahu lo que no podía conquistar en las urnas: más tiempo en el poder.

El Covid19 no tuvo incidencia directa, pero fue la excusa que encontró Benny Gantz para traicionar la misión que lo encumbró al liderazgo opositor y terminar pactando con quien debía sacar del poder.

Así las cosas, el líder del Likud se convertirá en el primer jefe de Gobierno que ejerce el cargo mientras es juzgado por corrupción. Netanyahu seguirá siendo primer ministro durante el próximo año y medio, salvo que el juicio lo declare culpable antes de la fecha fijada para que entregue el cargo a Gantz.

De este modo, se da en Israel una forma de gobierno que solo se había instrumentado entre 1982 y 1986, cuando el Likud y el Partido Laborista acordaron lo que los europeos llaman “gran coalición”. Por aquel acuerdo, el laborista Shimon Peres y el derechista Yitzhak Shamir se alternaron en el cargo que cada uno ocupó en la mitad del mandato.

Antes y después de ese excepcional gobierno de unidad entre las principales fuerzas rivales, las coaliciones gubernamentales se habían dado con las respectivas fuerzas afines: el Laborismo con el Meeretz y otros partidos de izquierda, y el Likud con las fuerzas religiosas de derecha.

Hasta la segunda mitad de la década del 70, los laboristas habían gobernado en soledad porque en las urnas ganaban las bancas necesarias en la Knesset para formar gobierno estable. Así habían sido las administraciones de David Ben Gurion, Moshe Sharett, Levi Eshkol, Yigal Alon, Golda Meir y la primera de las que encabezó Yitzhak Rabin.

Con Menagen Beguin llegó el primer gobierno de coalición, en el que el Likud incorporó partidos religiosos al gobierno. Netanyahu cogobernó con los partidos ortodoxos y con Yisrael Beiteinu. Pero el año pasado el líder de esta fuerza secular de la derecha nacionalista, Avigdor Lieberman, la sacó del gobierno negándose a seguir integrando coaliciones con los religiosos y a ser parte de un gobierno encabezado por un líder procesado por corrupción.

Sin esa coalición, a Netanyahu se le complicó la prolongación de su larga estadía en el poder. Y las elecciones del 2019 no resolvieron su problema.

En los comicios de abril, al Likud no le alcanzó la victoria para formar una alianza prescindiendo de Yisrael Beiteinu. Y cuando el presidente Reuven Riblin estaba por encomendar la formación de gobierno al segundo, Benny Gantz, adelantándosele en una jugada artera Netanyahu hizo que la Knesset se autodisolviera y convocara a repetir los comicios.

Los israelíes volvieron a votar, pero sin resolver la encrucijada aritmética que planteaban las urnas. En esa segunda elección quedó primero el partido Celeste y Blanco pero, sin una mayoría clara, Gantz solo podía formar gobierno si incluía a la coalición de partidos de la comunidad árabe-israelí, que se convirtió en la tercera fuerza más votada.

Un inquietante rechazo hacia los partidos árabes hizo que Gantz desistiera, por lo que Israel se encaminó a una tercera elección. El Likud recuperó el primer lugar, pero sin mayoría para formar gobierno porque ni Lieberman cambió su decisión de romper con los partidos religiosos ni hay fuerza de centro que acepte a esos partidos y a Netanyahu.

Otra vez le tocó el turno de intentar a Gantz y lo que hizo el general fue el reverso de lo que debía hacer. Su misión, la causa por la que obtenía el grueso de los votos opositores, es sacar del poder a Netanyahu. Pero terminó haciendo lo contrario: compró un gobierno de 18 meses que le entregarán dentro de 18 meses y pagó dando 18 meses más de poder a Netanyahu.

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