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Un acuerdo que deja derrotados

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Tal vez sólo se acordó seguir buscando un acuerdo. Tal vez la palabra que usó el FMI, “understanding” (entendimiento), sea más adecuada que la palabra “acuerdo”, usada por el gobierno argentino para describir lo que han firmado las dos partes.

Lo cierto es que a la marcha que parecía desembocar en un abismo se le abrió un camino por delante.

No hubo ruptura entre el FMI y el gobierno de Alberto Fernández. Para evitarla, ambos hicieron concesiones en la ardua negociación. Y en ambos lados quedaron sectores describiendo lo acordado como un estropicio que causará cataclismos.

Eso prueba que hubo perdedores. En el FMI perdieron quienes propugnan una posición intransigente con los ajustes que la economía argentina necesita para corregir su déficit estructural y poder afrontar los compromisos adquiridos. Y en el gobierno argentino el perdedor es el sector liderado por la vicepresidenta, adalid de un relato en el que las batallas y las rupturas lucen mejor que los acuerdos.

Cristina Kirchner y su hijo Máximo, como todos en el sector que lideran, presionaban para que el gobierno, de no obtener un acuerdo que se parezca a una capitulación deshonrosa del FMI, patee el tablero de la negociación declarando un default.

En la vereda enfrentada, el presidente, sus ministros de Economía y de Producción, Martín Guzmán y Matías Kulfas, además de su secretario de Asuntos Estratégicos Gustavo Beliz y otros funcionarios, plantearon siempre que la ruptura y el default serían mucho más perjudiciales que un acuerdo con el Fondo al precio de aplicar ajustes.

Alberto Fernández, Guzmán, Kulfas y Beliz están convencidos, y con buenas razones, de que habrían podido alcanzar un acuerdo similar a principios del año pasado, con el cual la economía hubiera tenido un mejor desempeño y el oficialismo habría ganado en las PASO y las legislativas, o al menos se habría ahorrado derrotas tan duras como las que sufrió. Y culpan a Cristina, a Máximo Kirchner y al Instituto Patria de haber puesto palos en la rueda de la negociación, perjudicando la economía del país y también al gobierno.

Resulta elocuente el silencio de la vicepresidenta sobre lo acordado con el FMI. No está en condiciones de criticarlo pero teme que avalarlo deje pegado al kirchnerismo con los dolores que, inexorablemente, producirán los ajustes que implica, aunque sean muchos menos de los que pretendía el FMI para este tramo.

Lo anunciado por el gobierno y el FMI tiene a Cristina Kirchner entre los derrotados. Los acontecimientos siempre pueden dar vuelta las situaciones, pero de momento es así.

La vicepresidenta y el sector que lidera quedaron al margen de lo que se presentó como un logro.

Además, para lograr el entendimiento hizo falta gestos internacionales que van a contramano de las alianzas que defiende Cristina. Argentina hizo en la OEA una declaración conjunta con Estados Unidos repudiando la presencia del vicepresidente iraní Mohsen Rezai en la reasunción de Daniel Ortega y reclamando la reactivación de las alertas rojas contra los funcionarios de la teocracia persa involucrados en la masacre de la AMIA.

También condenó en la ONU las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela, además de haber explicado a Washington que el viaje de Fernández a Rusia y China tiene que ver con cuestiones puntuales y no con alineamientos totales con ambas o con alguna de esas potencias.

Más allá de lo patético que se ve un presidente gesticulando para disgustar lo menos posible a su vicepresidenta, lo cierto es que está logrando mantener en pie una posición propia dentro de un oficialismo inconcebible.

También en la oposición hay derrotados y ganadores. De momento, los derrotados son los dirigentes de JxC que niegan la responsabilidad de Macri en el formidable endeudamiento en dólares; que identifican absolutamente al presidente con su vicepresidenta, y que se ensañaron con Martín Guzmán.

Quedaron mejor parados aquellos opositores que, sin negar que el origen de la deriva que naufragó en un endeudamiento oceánico está en el déficit que dejó el último gobierno de Cristina, asumen la inmensa parte de responsabilidad que le toca a Macri.

Pero tiene más relevancia la soledad kirchnerista, no sólo en el oficialismo sino también en la región. Mientras Cristina despotricaba contra el FMI en Honduras, la nueva presidenta de ese país, Xiomara Castro, además de no invitar a su asunción a los máximos líderes de Venezuela, Nicaragua y Cuba, anunció que acordará con los acreedores el pago de la deuda externa.

También el presidente peruano Pedro Castillo repudió los regímenes que Cristina corteja, y el chileno Gabriel Boric denuncia violaciones a los DD.HH. en Venezuela y Nicaragua, mientras arma un gobierno que insinúa un rumbo distante del izquierdismo radical y del populismo autoritario.

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Claudio Fantinipremium

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