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¿Y adónde va la plata?

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Casilda Echevarría
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No hay plata para la educación, la seguridad social desfinanciada, no hay plata para infraestructura, las cárceles son una tragedia salvo excepciones.

Mientras la presión tributaria sube en una economía que se enfría, el mayor ingreso no alcanza nunca a cubrir los altos costos del estado que precisa de más y más endeudamiento. ¿Adónde va la plata entonces? El contribuyente necesita respuestas.

La comprensión de las leyes de presupuesto y rendiciones de cuentas es para eruditos. Desentrañar lo que ganan los funcionarios es un misterio bien guardado tras un engañoso entramado de componentes de sueldo base y una multiplicidad increíble de beneficios, viajes, "gastos corporativos" partidas extraordinarias, automóviles, secretarias y vaya uno a saber qué más.

Es imprescindible transparentar los gastos e inversiones estatales para darles un buen destino. El estado mantiene sus gastos mientras que el sector privado, enredado en una telaraña de altos y embrollados impuestos que complican su liquidación y disminuyen más y más la competitividad de su producción, hace un esfuerzo que nunca alcanza.

La ausencia de prioridades claras a nivel de estado, la libertad de cada oficina, ministerio y comisión de disponer de nuestros recursos, llevan a gastar en lo inútil, se gaste mal y se ignore lo imprescindible; el terrible abandono de las cárceles es un claro ejemplo de ello.

Tomando en cuenta que la reincidencia es un factor fundamental en el delito, dos aspectos claros aparecen como causales determinantes: el fracaso del sistema del nuevo Código de Proceso Penal por el cual se ha logrado un desquicio con la danza de los delincuentes libres y los ciudadanos honestos muertos, atacados y robados, y el desastre de las cárceles que solo sirven para humillar, contagiar el delito y crear resentimiento que, en cuanto la oportunidad se presenta, se descarga.

Unos piensan que militarizando las cárceles o creando nuevos organismos para su atención las cosas mejorarán, sin embargo el tema es de mentalidad, no importa a quién se le confíe todo el proceso de la delincuencia sino cómo se hace. Los delincuentes deben estar alejados de la sociedad, nada de arreglos para dejarlos libres y que sigan delinquiendo una y otra vez, hasta que una gran desgracia ocurra mientras los diagnósticos fluyen y los lamentos arrecian.

Mientras que las personas privadas de libertad cumplan su condena, el estado debe enfocarse en reeducarlas. sí, seguramente habrá quienes de ninguna forma se recuperarán, pero otros solo han conocido el delito como forma de vida desde el ejemplo de padres y abuelos. A todos es imprescindible ocuparles el tiempo con trabajo, el ocio es el peor veneno para el alma. En cuanto a los considerados recuperables hay que fortalecer la formación en oficios y socialización para que la vida, luego de la reclusión, sea un camino de oportunidades.

No es fácil que las empresas o familias contraten a un exrecluso, tampoco obligarlos por ley es solución, ya que hoy en día se sabe que son casi seguros reincidentes. El seguimiento posterior y comunicación con el nuevo empleador son necesarios para la reinserción en la sociedad. Invertir en la reeducación del delincuencia es un deber, pero también un interés propio para una mejor sociedad.

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