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Enseñar a pensar

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Todos los partidos políticos y los educadores discuten sobre la educación, se compromete presupuesto, se analiza la situación de los maestros y mientras todo esto ocurre el tiempo pasa para los educandos, que continúan estudiando en instituciones de medio tiempo, con exceso de horas libres y con el riesgo de caer en situaciones de adicciones o vagancia.

Todos los partidos políticos y los educadores discuten sobre la educación, se compromete presupuesto, se analiza la situación de los maestros y mientras todo esto ocurre el tiempo pasa para los educandos, que continúan estudiando en instituciones de medio tiempo, con exceso de horas libres y con el riesgo de caer en situaciones de adicciones o vagancia.

La educación precisa recursos, sí por supuesto, para hacer obligatorio el doble horario en los niveles preescolares, escolares y secundarios, con todo lo que ello implica, incluso para proveer de alimentación en las escuelas y liceos de lugares donde ello sea necesario. Incluso sería interesante proveer de materiales a los educandos para que nadie deje de estudiar por falta de recursos. El punto es que, si bien los recursos son necesarios, lo más importante es que a los estudiantes se les enseñe a pensar y no a aprender, pero esto no parece ser preocupación de nadie.

Para enseñar a pensar no es necesario enviar profesores a estudiar fuera de fronteras, ni incorporar programas traídos de otros países, sólo es necesario amplitud de criterio, libertad y laicidad en el verdadero sentido de la palabra, es decir, no con la ausencia de conceptos, sino con la posibilidad de pensar cada uno de acuerdo a sus convicciones.

A los estudiantes se les requiere recitar de memoria versos de autores incomprensibles para ellos, aprender una inmensidad de ríos y cadenas montañosas a lo largo de todo el planeta, fechas y más fechas de hechos históricos y nombres de batallas y todo ello sin el menor vínculo entre sí, lo cual hace que adquirir conocimiento sea tedioso, aburrido y fácilmente olvidable. En los estudiantes menos aplicados el desinterés lleva incluso al abandono del sistema educativo, no ven en él un instrumento útil para su futuro.

Enseñar a pensar, dar paso a la creatividad, a una educación flexible que permita a los maestros y profesores, según el contexto en el cual les toque trabajar, adaptar el contenido de las lecciones al interés de los estudiantes. Qué desafío sería para profesores y maestros, actuar con cierta libertad, adaptando sus clases al interés de los estudiantes, sin estar constreñidos por un programa rígido.

Permitir que haya tiempo para debates sobre temas de interés, impulsando a los estudiantes a pensar y sostener con argumentos sus propias ideas, iguales o diferentes a las de los profesores o maestros. Por cierto los estudiantes estarían más entusiasmados buscando materiales para preparar sus alocuciones, en un legítimo interés por la superación.

No se debe enseñar que cierta interpretación de un texto literario está bien o mal, ¿cómo podría asegurar alguien lo que pensó o sintió un autor? Qué bueno sería permitir que cada lector diera su interpretación de un texto, siempre que pudiera fundar lo dicho en un contexto dado.
Se fomenta la no competencia entre los alumnos, eso está bien, no deben compararse entre sí, pero sí cada uno debe comparar su desempeño mes a mes, año a año, intentando superare en cada escalón de su carrera de la vida.

El estudiante debe ver el resultado de su esfuerzo, sentir el orgullo de hacer las cosas bien por el sólo hecho de hacerlas bien, no por ganarle a nadie, sólo por darle satisfacción a sus padres y a sí mismo, pero conocer también el sabor del yerro, sin temor, sabiendo que de cada equivocación se aprende y se mejora.

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Casilda Echevarría

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