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Discrimina que te discriminarán

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CASILDA ECHEVARRÍA
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En el contexto actual no se permite mencionar el color de la piel de persona alguna, la simpatía sexual o sexo de nacimiento, procedencia, religión o cualquier otro aspecto caracterizante de las personas.

Sin embargo, los mismos que se jactan de no discriminar para lo que les conviene, creando privilegios y cuotas para algunos, infringen flagrantemente la Constitución y la ley discriminando ellos mismos con burlona actitud y con inmerecido aire de superioridad.

Lo que debiera ser reprobable es tratar diferente o con desdén a las personas por sus características personales y eso es justamente el caso de pretender que alguien es menos valioso por haberse formado en uno u otro instituto o vivir en tal o cual barrio; pretende ser ofensivo para el destinatario del insulto y sin embargo es un profundo menoscabo para quien lo expresa.

En el intento de generar odio y resentimiento hacia algunos y así atraer unos pocos votos, objetivo que quizás se logre, lo que ciertamente se obtiene es una división social dañina que se convierte en un búmeran, generando desprecio e indignación hacia el autor.

Esa incitación al odio proferida por personas que han tenido verdaderas oportunidades de mejora en su vida es poco agradable por decir lo menos, pero lo que es más grave, denotan una frustración que difícilmente podría superarse de modo alguno.

De aquellos que pretenden ofender y dividir para reinar solo se puede entender que no importa cuánto se haya recibido de la vida, si otro tiene más, entonces lo obtenido no es suficiente, su móvil es y será la envidia.

Ese sentimiento de insatisfacción permanente aleja de la felicidad individual pero sobre todo crea paulatinamente la llamada grieta, en la jerga argentina, que cuando se afinca en una sociedad, las personas ya no pueden discutir ideas, sino que solo se aferran al fundamentalismo y cala tan hondo en los individuos, que llega a resquebrajar los vínculos de familia y de amistad, ni qué hablar de lazos más endebles como los de trabajo o vecindad.

Es una tremenda responsabilidad, de quienes tienen acceso fácil a los medios de comunicación, actuar con seriedad y sobre todo con lealtad hacia los que, con menos formación, pueden dejarse llevar por esos eslóganes tan deplorables.

Muchas son las personas que, aunque la realidad muestra lo contrario, real y honestamente consideran que el Estado debe intervenir en la economía allá donde los privados pueden desempeñarse, incluso pueden hasta pensar que desde el Estado deben sustituir a los padres en la formación de los chicos en los temas éticos, pero eso nada tiene que ver con el oportunismo de otros que solo usan del socialismo porque les ha permitido gozar de prebendas que jamás hubieran obtenido por sí mismos y solo lo hicieron o por abuso de posiciones dominantes en corporaciones o por la obsecuencia con alguna persona de mayor prestigio social o político, aun sabiendo que dañan el entramado social con consecuencias muy negativas.

Crear enfrentamiento entre patronos y empleados o negarse a hablar con militantes de otro partido u ofender a alguien por ser hijo de algún personaje de la historia, demuestra una caída de cultura cívica en este país, en el cual salvo las rencillas y chanzas moderadas entre hinchas de fútbol, poco tiempo atrás se podía confrontar posiciones, con respeto y altura, entre personas de ideas diversas.

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