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El patrón dólar y el Bitcoin

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CARLOS ALBERTO MONTANER
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Fue el mejor ejemplo posible de serendipity, esa palabra gringa que quiere decir hacer algo raro, pero con consecuencias muy positivas.

Todo comenzó hace medio siglo. En 1971, Richard Nixon, ante el acoso de los especuladores, le puso fin al patrón oro creando el “patrón dólar”, sin saber exactamente lo que hacía, ni el alcance positivo de la medida para Estados Unidos. En ese momento, incluso, se temía que la nación perdiera su condición de cabeza de occidente como consecuencia del descalabro económico. Recuerdo, como si fuera hoy, el nerviosismo de John Connally, su Secretario del Tesoro y exgobernador de Texas, al romper uno de los acuerdos sagrados de “Bretton Woods”. Parecía que el mundo se caía en pedazos.

Sólo que nada ocurrió. Al comienzo, no se sabía qué sucedería, pero, poco a poco, las naciones fueron comparando sus monedas con el dólar y se denominó en la divisa americana la mayor parte de las transacciones que se hacían en el mundo, incluso el comercio non sancto de los narcotraficantes. Esto liberó la capacidad de endeudamiento de Estados Unidos hasta límites entonces insospechados, sin que mermara la fe en la divisa americana. No era cuestión estrictamente de datos objetivos, sino en la confianza, siempre subjetiva, que despertaba la sociedad americana.

Lo que se juzgaba, realmente, eran la calidad de las Fuerzas Armadas, las mejores 20 universidades del planeta, los centros de investigación, la inventiva, la imaginación, el confort, las supercarreteras, el gran cine norteamericano, y, sobre todo, la seguridad jurídica de uno de los países mayores del mundo.

Frente a esa poderosa imagen nada podían hacer las otras alternativas: el yuan chino, el rublo ruso, el yen japonés, la libra esterlina británica. Incluso el euro, suscrito por 19 naciones, entre ellas Alemania y Francia, motores de la Europa continental, más cinco de contrabando (Montenegro, Vaticano, San Marino, Andorra y Montecarlo), no ha conseguido acercarse a Su Majestad, el dólar americano.

Hago esta historia porque algunas naciones, como El Salvador, pretenden abrirle una falsa puerta al Bitcoin y a otras criptomonedas como alternativa a la dolarización y eso hoy no es posible. En primer lugar, por la cuantía de las remesas anuales. De Estados Unidos salen casi ciento cincuenta mil millones de dólares todos los años rumbo a América Latina (de los cuales unos seis mil van a parar a El Salvador y constituyen el 16% del PIB nacional). En segundo lugar, por el carácter especulativo del Bitcoin. Se presta a la estafa. En este momento hay unas 32,000 personas que se sienten estafadas y han demandado colectivamente a uno de los operadores.

El personaje manejaba una “pirámide Ponzi”. Tenía miles de clientes a los que les pagaba un jugoso interés, siempre y cuando entrara dinero fresco. Cuando le falló el ingreso, por la volatilidad de la criptomoneda, se descubrió la estafa. Carlo Ponzi fue el italiano que perfeccionó este tipo de fraude. Lo aprendió de Baldomera Larra, la hija menor de Mariano José de Larra, el articulista de “Vuelva usted mañana”, la crónica más conocida del periodismo español sobre un rasgo cruel de la burocracia nacional.

Es cierto que hoy pasamos por un periodo de inflación, pero no hay que asustarse. Exactamente es el 5,37% anual. Es menos de la mitad de la inflación que existió en épocas de Carter y de Reagan, pese a que ellos no les tocó una pandemia. En todo caso, lo que exceda al 2% durante un periodo prolongado es negativo, pero sin pasarse de esa raya. Japón se ha pasado y su economía no crece desde hace un buen número de años, aunque el porcentaje de desempleados es bajo: menos del 4% de la fuerza laboral. En fin, hasta la llegada de Donald Trump al poder, con sus mentiras sobre las “elecciones fraudulentas”, no parecía que nada ni nadie hicieran peligrar el liderazgo norteamericano. Ya no se sabe.

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