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Pan y hambre

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carlos a. montaner
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Se terminó la Novena Cumbre de las Américas. La mayor controversia suscitada fue la amenaza (cumplida) de Andrés Manuel López Obrador de no asistir… si no invitaban, a las tres dictaduras latinoamericanas que quedan en pie: Cuba, Venezuela y Nicaragua.

No las invitaron, y el Santo Patrón de las tiranías se quedó con los moños hechos. Eso sí: envió a su canciller, un personaje mucho más presentable que él mismo: Marcelo Ebrard. Los estadounidenses respiraron aliviados. Tenían el mejor de los mundos posibles. El gobierno de AMLO, sin AMLO.

Pero el presidente de México no fue el único ausente. Tampoco estuvieron los presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras, el famoso “triángulo norte” de Centroamérica. Alejandro Giammattei, el de Guatemala, no acudió a la Cumbre indignado por las acusaciones de corrupción. Nayib Bukele, el salvadoreño, primero, porque había pactado con las maras la gobernabilidad del país, y, segundo (palos porque bogas y palos porque no bogas), por los malos tratos a los miles de mareros presos, cuando estos continuaron asesinando en las calles del diminuto país. En cuanto a la presidenta de Honduras, la señora Xiomara Castro, porque se siente más cómoda en la proximidad de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

En México, simultáneamente a la Cumbre de Los Ángeles, se está organizando la “madre de todas las marchas”.

Muchos de los que intentan “la madre de todas las marchas” son cubanos, venezolanos y pertenecientes “al triángulo mayor de Centroamérica”, precisamente los que no tienen un presidente que los representen: salvadoreños, guatemaltecos y hondureños. ¿Qué se debe hacer con ellos?

Por supuesto, dejarlos entrar y darles “papeles” para que paguen impuestos y se hagan ciudadanos en cuanto puedan. No hay nada más ridículo que suponer que son “espías”. Los espías entran de otra manera. A los cubanos en todo momento les han permitido la entrada y esto ha sido muy conveniente para el país receptor. Un 99.99% viene a trabajar. No es posible defender la libertad y negarles la entrada cuando la necesitan. Nadie abandona su tierra por motivos frívolos o persiguiendo un estipendio ridículo.

Los cubanos y venezolanos eran receptores de inmigrantes antes de 1959 y del siglo XXI. Cuba conoció una pequeña emigración tras la Segunda Guerra mundial: de 1945 a 1955 se “fueron” 35,000 personas, pero en ese mismo periodo “llegaron” 211,000 inmigrantes. Me contaba Fernando Bernal, diplomático de la revolución, y luego exiliado, que sólo en el consulado de La Habana en Roma había 11,000 solicitudes de peticiones de emigración a la Isla. En cuanto a Venezuela, lo que ha ocurrido en ese país no tiene nombre: de contar con un número creciente de inmigrantes (portugueses, italianos y centroeuropeos), hoy tienen seis millones de exiliados.

¿Por qué se marchan? Esencialmente, porque no tienen cómo ganarse la vida y carecen de movilidad social. La idea de que no puedes mejorar tu calidad de vida, no importa lo que hagas, es un acicate para largarse. El tipo de régimen político en abstracto sólo le importa a un mínimo de personas.

Si EE.UU. quiere restituir en Cuba y en Venezuela la movilidad social tiene que derrocar al régimen que la provoca. De lo contrario, es pan para hoy y hambre para mañana.

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