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La familia liberal: amigos, enemigos

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CARLOS ALBERTO MONTANER
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Hace pocos años sabíamos lo que debíamos hacer en América Latina pa-ra superar el subdesarrollo: imitar a Chile. No siempre fue así.

En 1959, año en que triunfa la revolución comunista cubana, Chile tenía un desempeño mediocre. Su per capita y su índice de desarrollo económico, eran dos tercios de los que Cuba exhibía.

Hoy se han invertido esos datos y Chile marcha (o marchaba) a la cabeza de América Latina, triplica el per capita de Cuba y lleva (o llevaba) camino de ser el primer país de América Latina que alcanza ese mítico lugar llamado “Primer Mundo”. Sin embargo, hay miles de chilenos destruyendo metódicamente las expresiones materiales de su formidable transformación.

¿Por qué sucede este fenómeno absurdo de autofagia? ¿Por qué miles de jóvenes chilenos atentan contra su propio bienestar? A mi juicio, por un error clave en la identificación de los aliados potenciales y de los adversarios.

Desde la revolución francesa, cuando los jacobinos se sentaban a la izquierda y los girondinos a la derecha en el Parlamento, quedó esta costumbre de calificar a los partidos políticos como “izquierda” y “derecha”, pero esa división hoy es inadecuada.

La frontera actual es distinta. Hay una serie de partidos dentro de la “democracia liberal”, que tienen marcadas diferencias en torno a las cuestiones económicas, pero esas diferencias no los hacen adversarios. Conservadores, liberales y libertarios, democristianos y socialdemócratas, coinciden en estos cinco aspectos fundamentales:

Todas las personas son iguales ante la ley. Existen libertades imprescriptibles. Debe existir una separación entre poderes que se equilibren. Los poderes deben ser limitados y sometidos a elecciones plurales, libres y transparentes, capaces de renovar a las autoridades periódicamente, permitiendo el relevo generacional y la circulación de las elites. El mercado, con crecimiento espontáneo, ha demostrado su capacidad de asignar recursos mucho más eficientemente que la rígida planeación de los “expertos”.

Las diferencias son las que se tienen con los autoritarios, ya sean francamente totalitarios como los comunistas y fascistas, o lo que hoy se llama “democracias iliberales”.

Estos grupos iliberales pueden llegar al poder mediante elecciones, pero su carga ideológica tiene muy poco que ver con los valores y principios que anidan en la familia liberal. Suelen ser nacionalistas, antiinmigrantes y, por ende, contrarios al libre comercio y a la globalización, aspectos básicos de la familia de la democracia liberal.

No es conveniente, pues, hacer pactos de gobierno con los comunistas, como hicieron en Chile durante la Concertación, o como han hecho los socialistas de Pedro Sánchez en España.

Hay que entender que los comunistas y fascistas no coinciden ni remotamente con la visión compartida por las distintas ramas de la democracia liberal. A ellos la coyuntura política les exige jugar a la democracia, pero sin la menor convicción.

Creen en un partido único, creen en la planificación centralizada, rechazan la propiedad privada de los medios de producción y, naturalmente, el mercado, la separación de poderes, la libertad de expresión, con el criterio de que expresa la voluntad de los dueños de los medios.

No es inteligente dormir con el enemigo.

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