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De espaldas

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Martín Aguirre Regules

Uruguay se formó como país en una dicotomía entre campo y ciudad. Y el "Uruguay moderno", ese difuso objeto de culto de muchos intelectuales, es directamente una construcción desde la ciudad y de espaldas a una realidad agropecuaria que es la base de nuestra riqueza. Y no sólo la material.

Comprobar esta afirmación es cosa sencilla durante todo el año, pero en pocos momentos queda tan patente como cuando se produce el "choque de los mundos" con la Expo Prado. Se confirma con detalles banales, como que mientras animales prodigiosos, fruto de décadas de trabajo genético, son apreciados por una minoría, hordas hacen cola para comprar una botellita de aceite de oliva.

Capítulo aparte merecen los comunicadores que acuden en masa a la feria, generando situaciones que rozan lo tragicómico. Como una "notera" de TV que preguntaba a un cabañero por la "marca" de una vaca, cuando el generoso apéndice que pendulaba entre las patas del toro Hereford de una tonelada, dejaba poco espacio para la duda sobre su sexualidad. El récord fue el año pasado, cuando la enviada de un informativo de TV, tal vez traicionada por su estómago, anunció que iba a mostrar al campeón de la raza "cuarto de libra", enseguida de terminar una nota con alguien a quien muy suelta de cuerpo presentó como "Presidente de la Asociación de Cabras del Uruguay". ¡Y hablaba!

Pero esta ignorancia llega a estratos más elevados de la profesión. Sólo se pueden calificar así las palabras de Víctor Hugo Morales, que hace poco dijo que "el lío de Botnia" no se justificaba por "300 puestos de trabajo". Hay que estar muy lejos de la actualidad del país, para no valorar el dinamismo laboral que ha generado la cadena forestal, de la cual la planta de UPM es pieza clave. Dinamismo en el mejor sentido, ya que la mayoría no son empleados de una empresa, sino que forman parte de un tejido de trabajadores y empresas pequeñas prestadoras de servicios en forma autónoma e independiente.

Y el problema llega al parlamento. Horas después del duro discurso del presidente de la ARU, Manuel Lussich, un medio oficialista se sintió obligado a responder con declaraciones de un diputado frentista de Tacuarembó, que son un rosario de los más trillados lugares comunes de la visión estereotipada y caduca de la vida rural nacional. Pobres gauchos explotados en "estancias cimarronas", a quienes no se les respeta horarios ni derechos sindicales, mientras manejan capitales millonarios de sus insensibles patrones.

Una visión más cercana a una canción de Zitarrosa que a la pujante realidad agropecuaria actual, donde con la hectárea a US$ 2.500, las "estancias cimarronas" son recuerdo lejano. Donde la explosión de la agricultura ha disparado los salarios rurales, y donde hoy es un drama encontrar gente capacitada para trabajar. Es más, según datos oficiales del gobierno del propio diputado, su departamento tiene un desempleo del 7%, casi la mitad que el estado de California. ¿Alguien piensa que con ese marco un trabajador se va a dejar explotar? Si hay lista de espera para contratarlo.

Todas señales que muestran a un país que, pese a ser cada día más dependiente de su riqueza agropecuaria, vive con la cabeza hundida en el asfalto de la ciudad.

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