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Correa

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Volvió a suceder. La derrota del presidente ecuatoriano Rafael Correa en las municipales del 23 de febrero no es un caso aislado. Es posible que el Socialismo del Siglo XXI, y el circuito del ALBA estén de capa caída. Hay una cierta fatiga con el lenguaje tontiloco del chavismo. El péndulo se mueve en la otra dirección. El espectáculo venezolano, con los sangrientos atropellos de Maduro contra estudiantes desarmados, es demasiado repugnante.

Volvió a suceder. La derrota del presidente ecuatoriano Rafael Correa en las municipales del 23 de febrero no es un caso aislado. Es posible que el Socialismo del Siglo XXI, y el circuito del ALBA estén de capa caída. Hay una cierta fatiga con el lenguaje tontiloco del chavismo. El péndulo se mueve en la otra dirección. El espectáculo venezolano, con los sangrientos atropellos de Maduro contra estudiantes desarmados, es demasiado repugnante.

Antes le sucedió a Cristina Fernández en Argentina, a Manuel Zelaya en Honduras, a José María Villalta en Costa Rica, a López Obrador en México y a Aníbal Carrillo en Paraguay.

En todo caso, Correa, el gobernante que más tiempo ha ocupado la casa presidencial de manera continuada en la historia de Ecuador, y el que más ha hecho crecer el gasto público aprovechándose de la bonanza petrolera, perdió 9 de las 10 ciudades más pobladas del país y la mayor parte de las prefecturas. Eso es un mazazo electoral.

¿Por qué Correa perdió esas elecciones, al margen de la tendencia latinoamericana actual a desplazar al chavismo de las casas de gobierno? Casi todo el mundo le reconoce que ha hecho infraestructuras, que se ha esforzado por mejorar la educación, y que ha tenido el coraje de enfrentarse al sindicato de maestros, a los ambientalistas y a los indigenistas cuando le ha tocado defender el interés general de los ecuatorianos. Eso no lo discuten. El problema es su carácter autoritario, su incapacidad para encajar las críticas, su trato áspero con quienes le contradicen, incluida una joven periodista que le hizo una pregunta incómoda y la humilló públicamente llamándola “gordita horrorosa”.

Correa debe tener unos niveles estratosféricos de cortisol, la hormona del berrinche, del mal genio. Como Salvador Dalí, que todos los días se levantaba muy feliz de ser Salvador Dalí, Rafael Correa amanece tremendamente satisfecho de ser quién es, y no puede admitir que un caricaturista le gaste una broma o un articulista, lo critique.

En lugar de comportarse como un servidor público, seleccionado para cumplir y hacer cumplir las leyes, Correa se jacta de desobedecer las reglas del Consejo Electoral y del Parlamento, porque le parecen “obsoletas”.

Ya Correa explicó que, como había sido elegido Presidente, era, al mismo tiempo, el jefe del Poder Judicial y del Legislativo, de toda la nación. O sea, el déspota ilustrado, dueño de las instituciones, el tirano benévolo de la razón y el orden, que imponía su buen juicio en beneficio del pueblo, como aquellos monarcas del antiguo régimen felizmente desplazados por la democracia liberal tras las revoluciones del siglo XIX.

Correa terminará su mandato en el 2017. Si no rectifica acabará siendo tremendamente impopular. Sería una pena.

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Carlos Alberto Montaner

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