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Biden se opone al comunismo cubano

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CARLOS ALBERTO MONTANER
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El abogado Sergéi Magnitsky fue torturado y asesinado por la policía política rusa en el 2009. Había denunciado fraude fiscal en su país natal por más de 200 millones de dólares. Lo mataron o lo dejaron morir en su celda. Da igual.

En el 2012 el senador demócrata Ben Cardin, con el apoyo del republicano John McCain, presentó una ley al Congreso de Estados Unidos a la que tituló “Ley de responsabilidad del Estado de Derecho Sergéi Magnitsky”. Fue firmada por el presidente Obama. Como existe la tendencia estadounidense a abreviar el lenguaje, le han aplicado al estado cubano la ley Global, el “Magnitsky Act” y han sancionado al general Álvaro López Miera, Ministro de Defensa y persona a cargo de las FF.AA, y a los temidos Boinas Negras.

Los rusos, con Putin a la cabeza, se han opuesto vigorosamente a la globalización de la justicia, pero la tendencia continúa. La idea de “nosotros somos los únicos que debemos juzgar nuestros propios crímenes” no funciona del todo. Genera impunidad. Inglaterra, Canadá y los países bálticos están a bordo de la “Ley Global Magnitsky”. Pretoria la estudia junto a Francia y Alemania. En todo caso, la primera demanda de los exiliados cubanos al presidente Joe Biden era que restableciera el Internet a la Isla de Cuba. Se sabe que, tecnológicamente, Estados Unidos puede hacerlo. Pero la segunda demanda, de acuerdo con María Werlau, el alma de “Archivo Cuba”, era que implementara la Ley Global Magnitsky, y parece que le han hecho caso o han coincidido. (No sé si las personas que se oponen a la globalización saben que juegan una partida de naipes desvergonzadamente marcadas por Vladimir Putin).

Hace muchos años recibí un mensaje de Gustavo Arcos sobre el general Álvaro López Miera. Había los nombres de otros generales en la misiva que me reservo. Gustavo fue un héroe de la lucha contra Batista y luego se opuso a su ex amigo Fidel Castro y acabó en la cárcel. Gustavo me pedía que siguiera de cerca la figura de López Miera. Lo hice. Es un santiaguero, aunque nacido en La Habana, hijo de republicanos españoles, que había sido semi-adoptado por Vilma Espín y Raúl Castro. Su padre fue catedrático de la Universidad de Oriente. Supuestamente, Álvaro se había alzado a los 14 años (nació en diciembre de 1943), y siguió la carrera militar en la URSS. “Vilma lo quería como un hijo”, me dice quienes conocieron los vínculos que unían a las dos familias.

No sé por qué Gustavo me mencionó este nombre, pero vuelvo a encontrarlo acusado como un represor de los derechos humanos de los cubanos. Por lo pronto, recuerdo al general venezolano Manuel Ricardo Cristopher Figuera, ex jefe del SEBIN. Se pasó al adversario y le levantaron las sanciones. Hay dos epígrafes que justifican ese maravilloso Jordán. Por “genuino arrepentimiento” y porque, a petición del Presidente de USA, le conviene a la Seguridad Nacional. No sé cuál de los dos le aplicaron al general venezolano. Acaso los dos. De lo que no hay la menor duda es de que las sanciones existen para ser eventualmente levantadas.

No habrá una invasión americana contra Cuba, pese a los deseos de los cubanos dentro y fuera de la Isla. Salvo que la resistencia dentro de Cuba provoque una matanza generalizada, abundantemente filmada. Ante esos hechos, por razones humanitarias, la sociedad estadounidense puede ser arrastrada al combate, pero es muy difícil que suceda. Ni siquiera hubo una intervención de Donald Trump contra Nicolás Maduro, pese a haber coqueteado con “todas las opciones están sobre la mesa”. Trump jugaba a asustar a Maduro, pero no conversó seriamente con sus generales sobre la posibilidad de destruir desde el aire el aparato militar venezolano, algo que hubiera sido muy fácil.

Ese desenlace sólo es posible si EE.UU toma en serio lo que sucede en América Latina y pacta crear en su hemisferio un aparato como la OTAN, pero no veo la menor intención de dotar de fuerza las decisiones políticas. Tampoco existe en esta porción del mundo una voluntad de defensa de la democracia como la que se observa en Europa, donde Estados Unidos es obligado a bombardear desde el aire a los serbios o a los libios. Estamos acostumbrados a convivir con Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia y pronto nos habituaremos al señor Pedro Castillo en Perú.

Eso no quiere decir que el régimen cubano se salga con la suya. Pese a lo que gritan AMLO en México o la señora Cristina en Argentina, las protestas de los días 11 y 12 de julio han servido para negarle a la dictadura cualquier tipo de apoyo significativo. Son inolvidables las obscenas imágenes de los jóvenes policías y militantes comunistas vestidos de civiles, llegados en autobuses y dotados de bates y maderos para silenciar a la oposición. Así ocurrió en toda la isla. Aunque las protestas fueron ahogadas en sangre, las pocas inversiones que fluirán serán, en su gran mayoría, de dinero non sancto. Ninguna persona seria y respetuosa de la ley querrá mezclarse con ese mundillo de delincuentes.

Estamos muy cerca del final. ¿Cómo llegará? De la misma manera que comenzó la revuelta de mediados de julio. De forma imprevista. Pero llegará

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