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BRUNO GILI
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En estos días estoy leyendo la Historia de Roma de Indro Montanello y en ella relata el proceso de construcción de la República Romana. El escritor italiano recuerda una idea central: que los romanos entendían que los derechos tenían que ser parejos a los deberes y viceversa.

Esto es, que los ciudadanos con mayores responsabilidades tenían, justamente por ello, mayores obligaciones a la hora de colaborar con los desafíos de la sociedad. Comprometerse y apoyar en la tarea de construcción de una mejor República era entonces (y es), una suerte de imperativo ético de enorme gravitación.

Menos lejos, en el tiempo y el espacio, el pasado miércoles fui a una reunión en la que un empresario y consultor español habló sobre la responsabilidad que les cabe a los empresarios a la hora de liderar proyectos socialmente productivos, pero esencialmente éticos. Que los empresarios y líderes trabajen por mejorar el medio ambiente, la educación y la sociedad; que nos sean neutros a los problemas de nuestros tiempos.

Más cerca aún, en mi hogar y todos los días, la educación está sobre la mesa. Compartimos con nuestros hijos sus experiencias educativas, tratamos de entender qué es lo que sucede y qué rol deben jugar los padres. Además, el tema de lo que acontece en los liceos públicos está presente en las charlas de familia, porque mi señora es profesora de un liceo y casi todos los días se enfrenta a un evento o una historia de vida que la conmueve (y al final nos termina conmoviendo a todos). Esto vuelve personal y concreto lo que no funciona bien, les pone nombres y rostros, ya no son meras abstracciones sino vidas de personas que se potencian o desperdician. Compruebo en forma cotidiana como esto la lleva, como a casi todos los docentes, a esforzarse y comprometerse. Pero no siempre los docentes sienten que el sistema como tal está realmente pensado para transformar y apoyar la trayectoria educativa de cada uno de los alumnos del sistema, en una sociedad que ha cambiado, que vive a un ritmo acelerado, y a la que le cuesta encontrar caminos para obtener las mejores alternativas. Se expande entonces, y muchas veces prevalece, una sensación de falta de sentido de urgencia, de miedos al fracaso y al cambio. Todo esto se vuelve un tanto agobiante y lleva movernos a un ritmo que deja a miles de jóvenes por año fuera de un sistema pensado para otra época.

Se preguntarán a qué viene toda esta introducción sobre hechos y situaciones personales que, posiblemente, a ninguno de los lectores del diario les interese en particular. La respuesta es simple: fueron estas vivencias las que me movieron a reflexión y permitieron visualizar que podía ser más interesante explicar los motivos por los qué, alguien que no es parte del sistema educativo pre universitario, decidió participar en la creación de Eduy21. Participar en un emprendimiento grande y colectivo, junto a otros actores con similares motivaciones y, fundamentalmente, con un conjunto de docentes, profesionales y técnicos que sí son, efectivamente, parte del corazón del sistema.

Naturalmente que en aquel momento los datos más duros sobre los problemas del sistema, como el bajo porcentaje de egreso de la educación media, la deserción estudiantil, los insatisfactorios resultados en pruebas de evaluación estándar (PISA, por ejemplo), la observación de funcionamientos anacrónicos, fundamentalmente en Secundaria, fueron elementos muy importantes para inducirme a participar.

Pero no era solo la constatación de la realidad, sino observar como el sistema político, y los responsables actuales, desaprovechaban el conocimiento y compromiso de un conjunto de profesionales de la educación (docentes, directores, investigadores, técnicos) ignorándolos o directamente descartándolos, por una visión reduccionista y muy poco tolerante a las diferencias. Justo en un área en la que el debate, la apertura, la innovación, la capacidad de cuestionar y cuestionarse, constituye la esencia misma de la actividad.

Así fue que me involucré en Eduy21. Hoy al ver que el primer objetivo de Eduy21, poner en la mesa del debate político nacional la Educación, está lográndose sentimos una pequeña satisfacción. Ver a Renato Opertti, Virginia Piedra Cueva, Juan Pedro Mir, Marcelo Martínez, Isabel Varela, Fernando Filgueira, Adriana Aristimuño, Denise Vaillant, Ricardo Vilaró (y muchas y destacadas personalidades más) en el centro de los debates, ayudando a crear el clima para un gran acuerdo nacional por el cambio educativo es gratificante y provoca auténtico entusiasmo.

Ahora habrá que trabajar por lograr un acuerdo nacional por la transformación de la educación. Por una real política de Estado que en menos de 10 años nos sitúe a la altura de los retos del siglo XXI.

Vale decir que desde la recuperación democrática se han realizado intentos de cambios, ajustes puntuales, experiencias formidables, como el Ceibal, o la red de aprendizajes, que días pasados realizó un evento de porte sumamente auspicioso. Pero sigue sin ser una estrategia integral de transformación del sistema. Son iniciativas valiosas pero dispersas y fragmentadas. Sigue habiendo bloqueos y resistencias al cambio, y falta, y esto esta es la falencia más gravitante, una política y estrategia para lograr el desbloqueo.

Pero empezamos a estar más cerca. Ya existe mayor conciencia y son también más amplios los consensos sobre las soluciones. Sólo falta que los actores acepten sentarse a negociar, acordar, aceptar las dudas sobre sus opiniones, ejercitarse (ejercitarnos) en identificar que parte de razón puede haber en los planteos de los otros, los que piensan diferente. A la postre, solo se aprende escuchando al que piensa distinto, debatiendo y deliberando con apertura mental y predisposición para la innovación y la construcción colectiva. ¡Qué es la educación, sino esto!

Todos aquellos que son docentes y técnicos de la educación deberían integrarse y apoyar. Pero también todos los ciudadanos que sienten que debemos y podemos mejorar sustantivamente nuestra educación. A no mirar este partido desde la tribuna.

También están estas iniciativas ciudadanas. Y otras muchas que la sociedad ha ido creando en la búsqueda de alternativas. Todos pueden ser parte de algo grande que puedan, más tarde, con orgullo contar a hijos y nietos: ¡yo estuve ahí. Puse mi granito de arena!

No sé si hay caminos más precisos para alcanzar objetivos personales tan esquivos como la felicidad o la realización. Pero tengo para mí que nada nos acerca tanto a ellos como SER PARTE.

Ser parte de un proyecto incontenible al que le ha llegado la hora.

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