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Roballo, los obispos y la idea del complot

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Antonio Mercader
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Los obispos uruguayos deberían darle las gracias a Juan Andrés Roballo, prosecretario de la Presidencia. Su mensaje al cardenal Daniel Sturla logró que el documento episcopal tuviera una trascendencia mayor que la habitual.

Roballo, un funcionario de bajo perfil y hombre de confianza de Tabaré Vázquez, metió la pata dos veces: una, al admitir que criticó el documento sin siquiera haberlo leído, y otra, al filtrar el mensaje a la prensa.

Lo que intentaba ser la protesta personal de un católico como Roballo ante Sturla amagó a alcanzar la magnitud de una polémica entre gobierno e Iglesia. Sturla y los obispos salieron a defenderse en tanto el prosecretario metió violín en bolsa. Es lo mejor que pudo hacer. Su "sospecha" de que detrás del documento de la Conferencia Episcopal había una "operación política coordinada con organizaciones políticas" incluyendo a los "autoconvocados" rurales, era demasiado grave como para dejarla pasar. Por si fuera poco dijo que la idea de "tender puentes" entre sectores de la sociedad estaba copiada de la consigna del grupo político del senador Luis Lacalle Pou.

Una vez más la teoría del complot captó la mente de un alto funcionario confirmando que en la Presidencia hay quienes ven conspiraciones por todos lados. Si es malo gobernar con esa actitud, peor aún es entrever la cola del diablo en un documento de los obispos redactado en un tono similar a los documentos de sus antecesores. Sturla se encargó de recordarlo al citar mensajes críticos de tono similar formulados en tiempos en que gobernaban los partidos tradicionales.

¿Qué es lo que irritó tanto a Roballo y de paso al gobierno y a algunos legisladores frentistas que condenaron el mensaje episcopal? La acusación de que vivimos en una "sociedad fragmentada", en donde sobrevive la pobreza, fue equiparada a una denuncia del fracaso de las políticas sociales del gobierno. Del mismo modo "la lentitud de nuestro sistema para hacer las reformas necesarias" en la educación hirió la sensibilidad no solo de Roballo, pues algún parlamentario calificó el documento como un intento de "recuperar y avanzar en el espacio que la historia batllista dejó para la libertad del ciudadano y la laicidad garantista".

El tema de la laicidad no podía faltar en el debate porque la proclama de los obispos plantea la posibilidad de más colaboración entre gobierno e Iglesia en materia educativa, una oferta sensata a la luz de los frutos cosechados por las instituciones privadas, católicas y gratuitas, instaladas en algunas de las zonas más pobres —y violentas— de Montevideo. Ninguno de los críticos de la Conferencia Episcopal tomó en cuenta propuestas de esta naturaleza ni reparó en la importante obra social que desarrolla la Iglesia.

Si toda esta confusión es inadmisible en algunas cabezas ¿cómo calificar la reacción de Roballo, un dirigente del Partido Demócrata Cristiano y persona de acendrado catolicismo? Lo menos que puede decirse es que fue el arrebato de un novato que vive encastillado junto a Tabaré Vázquez, obsesionado con la idea de que toda objeción al gobierno forma parte de una confabulación. Tan novato que escribió su mensaje a Sturla sin haber leído el documento que criticaba.

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