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¿Adónde quedó la campaña electoral?

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Esta es la pregunta que al momento de votar hoy se pueden formular los uruguayos. Porque desde el 26 de octubre para acá de campaña electoral, al menos la que puede esperarse en cualquier democracia que se precie, hubo poco. Sin debate entre los candidatos, sin debate siquiera entre los “ministrables” y asesores de los candidatos, este balotaje dejó demasiadas deudas pendientes.

Esta es la pregunta que al momento de votar hoy se pueden formular los uruguayos. Porque desde el 26 de octubre para acá de campaña electoral, al menos la que puede esperarse en cualquier democracia que se precie, hubo poco. Sin debate entre los candidatos, sin debate siquiera entre los “ministrables” y asesores de los candidatos, este balotaje dejó demasiadas deudas pendientes.

En los anteriores, aun con grandes diferencias porcentuales y favoritismos claros como ocurrió en 2009, el tramo final mostró más energía y combatividad. En esta ocasión no se discutió públicamente ni siquiera sobre un tema. Es cierto que el desafiante propuso alguno como la política en materia de impuestos, pero la fórmula oficialista rehuyó toda confrontación. El presidenciable oficialista y su vice no sólo driblearon el debate sino que incluso —algo insólito en un proceso electoral— se negaron a dar entrevistas de prensa.

Con esa actitud es natural que ellos mismos y otros muchos duden ahora sobre la pertinencia del balotaje. Quizás por eso es que proponen cambios en el sistema electoral que obligarían a iniciar un complicado proceso de reforma de la Constitución. Voceros del gobierno dicen que con la distancia que el candidato frentista obtuvo esta vez en la primera vuelta el balotaje carecía de todo sentido. Entre otras cosas postulan que si en primera vuelta un candidato saca más de 10 puntos de ventaja convendría cancelar la segunda. Esto es un error puesto que es posible imaginar una votación en donde a pesar de que exista esa diferencia de 10 puntos o más a favor del primero, la suma de los sufragios de los partidos que llegaron en segundo y tercer lugar puede constituirse en seria amenaza para el presunto ganador.

Lo notable es que ni siquiera sobre este asunto, es decir, sobre la conveniencia del balotaje, se discutió en este apagado tramo final de la campaña. Lo mínimo exigible es que se hubieran escuchado opiniones sobre las modificaciones en el sistema electoral y la reforma de la Constitución. Inclusive habría sido factible exponer sobre las virtudes y defectos de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente para elaborar una nueva Constitución, que es lo que hoy propulsa la coalición de gobierno.

Nada de eso estuvo en el candelero razón por la cual la ciudadanía vota en esta jornada sin pocos elementos agregados respecto al 26 de octubre pasado, lo cual no significa que vaya a votar de la misma manera. Puede haber novedades, es cierto, porque el desgano y el “pasotismo” exhibido desde la escena política arriesgan a contagiarse al electorado. Esperemos que no sea así y que los ciudadanos cumplan con su deber cívico sin medias tintas, es decir, sin descansarse en el voto nulo o en blanco que en definitiva equivalen a una señal de repudio al sistema.

Este cuadro de situación resulta paradójico en un país como el nuestro que suele figurar en los rankings internacionales entre las democracias con más participación y apoyo popular de América Latina.

Una participación que en las últimas cuatro semanas apenas se notó en una segunda vuelta descafeinada ante la que pocos se inmutaron. Y una apatía que ni siquiera resultó conmovida ante el dislate mexicano perpetrado por la verborrea presidencial que, esa sí, nunca paró de aporrearnos durante toda la campaña. 

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Antonio Mercader

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