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Mujica entre eldicho y el hecho

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Menos mal que el reciente discurso de José Mujica en la cumbre presidencial de La Habana no se trasmitió en directo a los cubanos. Menos mal, porque el presidente uruguayo pontificó contra el consumismo en un país como Cuba que lleva más de medio siglo sub-alimentando al pueblo con cartillas de racionamiento. Unas cartillas que permiten acceder a veintitantos comestibles bien contados y pesados, entre ellos el arroz, los frijoles, el aceite, el azúcar y pan suficiente “como para preparar un sándwich por día”.

Menos mal que el reciente discurso de José Mujica en la cumbre presidencial de La Habana no se trasmitió en directo a los cubanos. Menos mal, porque el presidente uruguayo pontificó contra el consumismo en un país como Cuba que lleva más de medio siglo sub-alimentando al pueblo con cartillas de racionamiento. Unas cartillas que permiten acceder a veintitantos comestibles bien contados y pesados, entre ellos el arroz, los frijoles, el aceite, el azúcar y pan suficiente “como para preparar un sándwich por día”.

Pero Mujica, claro está, no habló para esos cubanos ansiosos por consumir algo más sino para el mundo, allí donde su discurso anti-consumista gusta tanto. Un discurso que identifica al capitalismo con el despilfarro, el egoísmo y la compulsión por comprar. Un ejemplo de esos excesos lo brindó el presidente al informar, en tono quejoso, que en este Uruguay progresista los automóviles vendidos en 2013 “cubren más de 400 kilómetros” puestos en fila. ¡Condenado país capitalista el nuestro sobre todo si se lo compara con esa Cuba de la escasez!

Aparte de que mentar el consumismo en Cuba fue como mentar la cuerda en la casa del ahorcado, el discurso de Mujica marcó dos grandes contradicciones entre sus cavilaciones filosóficas y los actos de su gobierno.

Se trata de un gobierno que suele jactarse de sus éxitos capitalistas. Que si creció la inversión extranjera, que si se crearon cientos de nuevas empresas pequeñas y medianas, que si las ventas en supermercados aumentaron en las últimas Navidades, que si con el IVA —el típico impuesto al consumo— se recauda más que nunca, que si creció el salario real, y un largo etcétera de anuncios triunfalistas. ¿Entenderá Mujica que sin consumo nada de eso sería posible? Quién sabe.

El otro eje del discurso presidencial en La Habana fue la sensibilidad ecologista, una cuerda que Mujica supo pulsar con éxito en otras cumbres internacionales como la de “Río-20” o ante la asamblea de Naciones Unidas. En esta materia, salta a la vista el contraste entre los dichos en Cuba de este gobernante y los actos de su gobierno. Porque se trata del mismo gobierno que anuncia que firmará el contrato con Aratirí el próximo viernes, pese a que no cuenta todavía con la autorización ambiental emitida por la Dinama y exigida por la Ley de Minería de Gran Porte.

Si somos tan ecologistas como predica el presidente y si deberíamos preocuparnos —como él dijo— por rescatar el nylon que contamina los océanos del planeta, más nos valdría empezar por casa y hacer las cosas correctamente con la minería a cielo abierto que tanta resistencia levanta en los grupos ambientalistas. Una resistencia en donde no se ahorran calificativos contra las acciones de Mujica al que tildan de indiferente ante la amenaza de depredación de la naturaleza contenida en los planes de Aratirí.

De esta manera, Mujica retorna al país aplaudido nuevamente en el exterior por sus diatribas contra el consumismo y su preocupación por el medio ambiente. Los elogios a su discurso continúan y hasta se lo propone otra vez para el Premio Nobel de la Paz. Para los que miran de afuera está todo bien, aunque los que vivimos aquí sabemos que detrás de ese discurso subyace la realidad de un gobierno que todos los días hace honor al viejo refrán: “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”.

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Antonio Mercader

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