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Justas razones de la protesta rural

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Antonio Mercader
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Si gobernar es también el arte de prever y solucionar los problemas antes que hagan crisis, este gobierno se ha ganado un cero redondo en su actuación con los productores rurales.

Síntomas del descontento del agro había por todos lados y no los vio quien no quiso, empezando por Tabaré Vázquez, que cuando fueron a golpearle a la puerta, al estilo de los médicos de ASSE, les dio fecha y hora de consulta con total parsimonia.

Es cierto que Vázquez se movió solo en todo esto ya que su ministro de Ganadería, Tabaré Aguerre, estaba en situación de renuncia y su peso al frente de la cartera era el de un colibrí. Era el único —dentro de un gobierno que vive de espaldas al campo— capaz de advertir que el clamor podía convertirse en movimiento. No lo hizo, a pesar de que llevaba ocho años en el cargo y tenía experiencia de sobra para otear lo que venía. Peor que eso, en ocasiones se hizo el tonto como cuando viajó con Vázquez a China y ante la pregunta de por qué no los acompañaba algún ruralista, dijo no estar enterado.

Mientras muchos especulan con que este tironeo es otra prueba de la histórica dicotomía campo-ciudad, o que detrás de los indignados operan los blancos acumulando fuerzas para la próxima campaña electoral, la realidad se muestra más sencilla. Esa realidad canta que el principal sector productivo del país se hartó del ninguneo y del desprecio ante sus reclamos, entre ellos menos impuestos, gasoil más barato, rutas en mejores condiciones y —pequeño gran detalle— un poco más de respeto. Y no se movilizan a través de sus gremios sino como se dice ahora: "autoconvocados", redes sociales mediante, y desbordando la acción de sus dirigentes. Un movimiento de gente enojada que crece desde el pie.

Mientras tanto el gobierno y el Frente Amplio los siguen tratando como un grupo de ricachones que salen a manifestar en sus camionetas 4 por 4, que se manejan al estilo de los señores feudales (capaces de azotar a un pobre peón, otro capítulo de la novela anticampo), que lloran sistemáticamente cuando las cosas pintan mal y que les importa un comino la situación de sus compatriotas más pobres. La izquierda no comprende que en el campo están hartos de que suban los impuestos, las tarifas y los costos mientras el Estado gasta millonadas contratando 70.000 nuevos funcionarios, perdiendo plata en malos negocios o regalando plata a los carentes sin pedir siquiera una contraprestación. Los rurales, finalmente, se sienten como los bueyes que tiran de esa pesada carreta que es el déficit estatal.

En las próximas horas esta entusiasta marea de vehículos, banderas uruguayas y carteles exigiendo mejoras para el agro llegará a Durazno. Será una demostración de fuerza ante la cual el gobierno deberá repensar sus actitudes salvo que quiera un "verano caliente" que de eso saben mucho algunos de sus integrantes. El hervor en el agro no termina aquí puesto que los "autoconvocados" tienen todas las trazas de estar dispuestos a seguir adelante. Haría bien el gobierno en respetarlos un poco más y empezar a preparar las bases de un diálogo en donde —les guste o no a los "cerebros" de la mesa política del Frente Amplio— deberán incluir justas concesiones para los rurales movilizados.

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