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Hay otra manera de hacer las cosas

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Sí, se puede”, el eslogan que usó Barack Obama para convencer a la gente que él podía llegar a la Casa Blanca, es lo que viene en mente cuando se oye hablar a personas como Pablo Bartol.

Responsable del centro educativo Los Pinos, ubicado en el barrio Casavalle, cree que el éxito logrado con esa experiencia puede extenderse en el plano nacional.

El optimismo que exulta este académico de 53 años es contagioso. La explicación de cómo ejecutó su proyecto en un barrio pobre, asediado por la violencia y las drogas, se asemeja a otras admirables experiencias que realizan diversos grupos privados en zonas conflictivas.

Los Pinos cuenta hoy con 240 alumnos. En dos décadas formó allí a estudiantes que ya son profesionales universitarios con cargos claves en empresas e instituciones. De a poco, según dice, le ha ido “robando chicos” a los grupos de ociosos que se juntan en las esquinas de Casavalle para acercarlos a la educación con buenos resultados.

Hoy lo tienta la política. Luis Lacalle Pou lo integró a su equipo no solo porque lo atrajo su obra en Los Pinos sino porque le gustó su manera de encarar los problemas sociales. En efecto, tras largos años de trabajo Bartol cree que la tarea de organismos como el ministerio de Desarrollo Social (Mides) puede hacerse de otra forma.

Lejos de descalificar todo lo hecho en materia social en los últimos años, entiende que llegó la hora de corregir rumbos y no solo en el Mides. Cree que los últimos gobiernos debieron anticiparse a resolver desde el inicio situaciones críticas como, por ejemplo, la de Los Palomares, un barrio recientemente demolido por las autoridades que se había convertido en una suerte de zona confiscada para uso de narcos y delincuentes.

Estos fenómenos, dice Bartol, ocurrían desde tiempo atrás a vista y paciencia del Ministerio del Interior. El crimen organizado fue copando casas, expulsando a sus moradores y adueñándose de barrios que se tornaron inaccesibles para la policía. Opina que si se hubiera actuado rápidamente, cuando las primeras tomas de casas, muchos delitos se habrían evitado.

Bartol considera que el Estado llega tarde y mal a resolver situaciones de crisis. Pone como ejemplo las cárceles en las cuales cientos de presos viven en condiciones estremecedoras. Cuando salen tan maltratados de la prisión están animados por el odio y los deseos de venganza, dice. Otro ejemplo de desatención que cita es el de las colonias psiquiátricas en donde “ASSE no hizo nada hasta que a un anciano se lo comieron los perros”.

Censura además las prioridades estatales en materia de inversión. El Antel Arena “es para la gente a la que le gusta el espectáculo de nivel”, pero no hay plata para respetar “los derechos humanos de los presos, de los enfermos psiquiátricos y de los que están en situación de calle”, declaró a la revista Galería. “Ahí ves dónde están las prioridades”, concluye Bartol.

En fin, la claridad con que se expresa, el convencimiento que trasmite y una larga carrera en el combate contra la pobreza y la exclusión, lo convierten en un referente en políticas sociales. Es alguien de quien el próximo gobierno, cualquiera sea su signo político, no debería prescindir. Con gente como él, se puede.

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