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Guantánamo y la“boleta” de Mujica

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Imaginen el griterío de la izquierda si un gobierno blanco o colorado hubiera aceptado cooperar con Estados Unidos en la solución del problema de los presos de Guantánamo. Habrían acusado al gobierno de complicidad con los crímenes del imperialismo yanky cometidos contra hombres secuestrados, encarcelados sin garantías y jamás juzgados por un tribunal. También lo habrían acusado de convertir al país en una cárcel tan ilegal como la de Guantánamo puesto que los cinco presos no podrán salir del Uruguay durante dos años.

Imaginen el griterío de la izquierda si un gobierno blanco o colorado hubiera aceptado cooperar con Estados Unidos en la solución del problema de los presos de Guantánamo. Habrían acusado al gobierno de complicidad con los crímenes del imperialismo yanky cometidos contra hombres secuestrados, encarcelados sin garantías y jamás juzgados por un tribunal. También lo habrían acusado de convertir al país en una cárcel tan ilegal como la de Guantánamo puesto que los cinco presos no podrán salir del Uruguay durante dos años.

Sí, el viejo grito de “¡Cipayos!” sería coreado en las calles por manifestantes frentistas indignados por un pacto entre presidentes hecho sin sustento jurídico. Un pacto vergonzante que poco le aporta a nuestro país salvo la presencia de cinco musulmanes de quienes no se sabe si fueron o son terroristas y si son culpables o inocentes. El Frente Amplio hubiera vociferado que sólo el servilismo ante el Imperio justifica sacarle las castañas del fuego a Barack Obama, atrapado por su incumplida promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo.

Estas y otras críticas que nuestra izquierda sesentista le hubiera arrojado a un gobierno de otro signo son las que hoy engullen en silencio los frentistas sopesando la impactante alusión de José Mujica al pago que Uruguay recibiría por prestar este servicio. En nombre del pragmatismo y la realpolitik los ideales de ayer sucumben ante el contundente “Yo paso la boleta” pronunciado por el presidente uruguayo en Soriano. Acá, pues, no hay un asunto de principios ni una defensa de los derechos humanos de nadie sino un vulgar toma y daca.

Es que junto con la noticia de los cinco viajeros llegó la confirmación de que finalmente, tras dos años de repetidos anuncios, Mujica será recibido por Obama en la Casa Blanca. ¿Será esa la “boleta”? Parecería que sí sobre todo si se recuerda la frecuencia con que los adláteres del presidente uruguayo proclamaron la importancia e inminencia de esa cita. Así lo hizo también Carlos Pita al asumir como embajador en Washington diciendo que organizar es encuentro era la “prioridad” de su misión diplomática.

De ese modo, en junio Mujica estará con Obama en el salón Oval, se arrellanará en un sillón al lado de su anfitrión para sacarse la foto ritual y cambiará ideas. La reunión tendrá cierto impacto en las noticias internacionales: el ex guerrillero antiimperialista recibido con honores en la boca del lobo otrora tan temido por la izquierda. ¡Quién lo hubiera dicho! Uruguay, el país modelo, el primero de la región en acoger a egresados de Guantánamo.

Ante un episodio de este tipo cabe preguntarse cuál es la extraña relación de amor-odio de los líderes de la izquierda uruguaya con Estados Unidos. ¿Cómo explican este frenesí por hacer los deberes antes que nadie para quedar bien con el jefe de un gobierno al que tanto han censurado? Una pregunta para la que no hay respuestas claras como tampoco las hay para justificar aquel pedido de eventual ayuda militar formulado por Tabaré Vázquez al tan denostado George W. Bush.

Y por si a esta historia le faltaba un broche de oro ahí está el detalle brindado por el semanario Búsqueda. Durante su viaje a Cuba en enero, Mujica le comentó a Raúl Castro el pedido de Obama y su decisión de acoger a los cinco refugiados. Al parecer el presidente cubano le dio la bendición. Ahora sí podemos dormir tranquilos.

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Antonio Mercader

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