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El difícil oficio de los augures

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A comienzos de cada año la revista británica The Economist edita un número especial con sus predicciones para los siguientes doce meses. Días atrás encontré por casualidad el número dedicado al 2013 con los vaticinios de lo que pudo haber ocurrido el año pasado. Repasando esos vaticinios y comparándolos con la realidad confirmé lo difícil que es el arte —¿o ciencia?— de predecir el futuro.

A comienzos de cada año la revista británica The Economist edita un número especial con sus predicciones para los siguientes doce meses. Días atrás encontré por casualidad el número dedicado al 2013 con los vaticinios de lo que pudo haber ocurrido el año pasado. Repasando esos vaticinios y comparándolos con la realidad confirmé lo difícil que es el arte —¿o ciencia?— de predecir el futuro.

Que era difícil lo sabía desde hace tiempo, para ser exactos desde los años 70 cuando leí un libro de dos académicos estadounidenses, Herman Kahn y Bruce Briggs, titulado “Lo que habrá de suceder” en donde hacían sus pronósticos sobre cómo evolucionaría el mundo a través de la década 1975-1985. El libro, publicado en 1972, falló en casi todos los cálculos porque sus autores ni soñaron que en 1973 se crearía la organización de países productores de petróleo, la OPEP, que disparó a escala planetaria los precios de los combustibles con efectos que conmovieron a los cinco continentes.

Complicado oficio el de los augures cuando de temas humanos se trata.
En el caso del 2013 The Economist no se equivocó tanto. Hasta podría recordarse que acertó en algunos de sus presagios como, por ejemplo, la consolidación de Angela Merkel como líder alemana y europea, o en la comprobación de los fracasos de los gobiernos surgidos a causa de la “primavera árabe”.

Empero, en su principal mercado, Estados Unidos, la revista no anticipó el naufragio de Barack Obama cuya popularidad bajó a cotas miserables debido a su irresolución en las crisis y su falta de habilidad negociadora. Tampoco previó que el nuevo mandamás chino, Xi Jinping, empuñara con tanta decisión las riendas de su país ni que el tirano sirio Bashar Assad se mantuviera incólume en su trono. Menos aún, por supuesto, pudo predecir que un papa renunciaría, y que otro, Francisco, iba a asumir en su reemplazo para dar un vuelco histórico a la imagen de la Iglesia Católica.

En donde esta gran revista se sacó las ganas fue con su viejo enemigo Berlusconi, finalmente desahuciado en Italia. Desde hacía mucho, The Economist anunciaba el final de este político al que consideraba un peligroso populista que estaba hundiendo a su país.

En cuanto a América Latina no podía, claro está, vaticinar la muerte de Hugo Chávez ni por tanto la dramática situación de la Venezuela de Maduro. En cambio se jugó por la estabilidad de Brasil sin pensar que el gobierno de Dilma Rousseff podía ser acosado por protestas callejeras que mostraron que no todo iba bien en el “país del futuro”. También falló al anunciar que en Cuba se abrirían espacios de libertad, algo difícil mientras los Castro sigan mandando. Por último, salvo una breve reseña sobre la evolución político-económica no hubo en esa edición de The Economist predicciones especiales sobre la suerte de Uruguay en 2013.
Tratando de imaginar cómo habría sido ese ejercicio de anticipación para nuestro país, la revista hubiera podido adelantar que la situación no tendría mayores cambios, es decir, que la educación seguiría barranca abajo, que la inseguridad pública campearía por sus fueros y que las grandes obras de infraestructura brillarían por su ausencia pese a la bonanza económica. En cambio, lo que jamás hubieran adivinado es que Uruguay llegaría al año siguiente, este 2014, envuelto en el enredo de la marihuana.

Sí, difícil profesión la de los augures.

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Antonio Mercader

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