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Maldito tribalismo

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ANÍBAL DURÁN
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El tribalismo refiere a la vida social donde predomina el enfrentamiento entre grupos, ignorando al que piensa distinto. Los tribalistas son ellos y sus creencias. Algo de eso sucede en la vecina Argentina.

Una sociedad que no intenta dialogar, que no se escucha, donde cada parte se arroga para sí todas las verdades.

¿Estamos nosotros muy lejos de esa situación? A veces parecería que no.

Para intentar superar esta realidad que socava los cimientos de una sociedad civilizada, es buena cosa intentar saber conversar con gente que piensa distinto.

Muchas veces cuando se dialoga con gente en esa situación, las evidencias que se exhiben no alcanzan. Por ejemplo: podemos estar convencidos de que las vacunas sirven y cumplen su rol inmunizador pero mucha gente no piensa lo mismo. De vuelta, las evidencias no alcanzan.

Aunque la información está al alcance de la mano, esta se deja de lado y se siguen las creencias y las emociones. La posverdad. Se busca desinformar por parte del emisor del mensaje.

¿Cuántas veces nos hemos callado la boca en reuniones de distinta índole, por no disentir con gente que piensa distinto a nosotros?

Cuando solo hablamos con los que pensamos igual, nuestras opiniones se vuelven más extremas y homogéneas. Pero… ¿tendremos razón?

Por ello abogamos por saber conversar con los que piensan distinto. En definitiva, nos enriquece.

Si no logramos eso, cada diálogo parece una batalla. El Presidente del Frente Amplio, no logra disimular su encono cada vez que se pronuncia hacia el gobierno. Es una suerte de matriz, desde que el Dr. Lacalle asumió. No es la característica general de dicha fuerza política, pero nada menos que el Presidente Miranda asume la típica función del “guerrero” (no escucha, cree tener la razón, carece de empatía).

Sus opiniones parecen inamovibles, fomenta la grieta, prima la desconfianza.

No todas las opiniones son iguales. La necesidad de proteger nuestra identidad nos agrupa con los que piensan lo mismo: tribalismo. Y entonces no pensamos algo: somos ese algo.

El daño del tribalismo muchas veces genera silencios, nos retiramos del debate por el clima hostil, de agresión, por hartazgo, hasta por la penalización social del disenso.

Nos retiramos en silencio: un silencio si se quiere, ruidoso. Y ese silencio se hace pasar por asentimiento. Pamplinas; lejos de ello.

La censura no viene desde arriba, viene desde abajo, subiendo el tono de la pelea. Se amenaza la libre expresión y en definitiva se erosiona la democracia.

Parecería que hubiera solo dos alternativas: o mostramos nuestras ideas despreciando a los que no piensan como nosotros (pensamiento tribal), o nos callamos.

Pero tenemos que buscar una salida, que no sea ese disenso intolerante o el silencio. Y entonces distinguimos en qué creemos y en cómo lo creemos. Si ese cómo lo volvemos no tribal, reaparecen los matices y a partir de ahí podrían renacer los consensos.

Si no nos expresamos no participamos de la toma de decisiones, pero sus consecuencias nos golpean.

Tratemos de separar el mundo tribal más allá de lo que pensemos.

Tal vez tenemos más en común con los que piensan distinto a nosotros pero son tolerantes.

Es vital buscar el pluralismo; promover que los disensos se vuelvan respetuosamente visibles. No sintamos que se nos penaliza por eso: seguramente en algún punto hallemos el consenso.

Tendremos que escuchar voces que no nos gustan. La libertad de expresión no se puede guardar en un silencio atronador. Cuidar la citada libertad es más fácil que recuperarla.

Hay que saber estar en desacuerdo, hay que escuchar para entender al otro. Si no escuchamos no hay conversación posible.

Hay que separar a las ideas de las personas. Con el tribalismo se ataca a las personas y eso es dantesco.

Las personas merecen respeto, siempre, las ideas tienen que ganárselo.

Miren, días pasados mantuve una charla de tres horas con los senadores del Frente Amplio, Mario Bergara y Alejandro “Pacha” Sánchez. A priori, podíamos considerar que ideológicamente teníamos nuestras diferencias. Pero la charla discurrió amena, nos escuchamos, nos respetamos, no cercenamos la opinión del otro. Y no tengo duda alguna que ambos quieren aportar para que a nuestro país le vaya mejor. Plantearon disensos, claro que sí, pero por lo alto.

No hubo tribalismo en ese diálogo. Me sentí reconfortado, aún en la discrepancia.

Finalmente, es bueno comparar el fuego con las conversaciones. Los humanos hemos aprendido a controlar el fuego; tanto para que no se apague como para que no se propague y genere un desastre.

Lo mismo debemos hacer con las conversaciones: debemos actuar con mesura tanto para que no nos callemos y expresemos con respeto lo que pensamos, como para evitar que la charla se vaya de madre y nos gane una vez más el tribalismo.

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