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Decadencia sin censuras

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Aníbal Durán Hontou
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Estaba pensando sobre todo en Argentina, cuando escribí el título de esta prosa. El simple hecho que la señora de Kirchner tenga alguna chance de poder volver a ser gobierno, debería sumergirnos en un tembladeral moral donde la misma está en la penumbra más absoluta. Cuesta entender cómo además de no aquilatar la gestión pésima de gobierno de esta señora, por dos períodos (y donde en gran parte de su tarea los precios de los commodities volaban), los argentinos, ese 30% que tendría a su favor, la pueden volver a considerar cuando todo su entorno íntimo y de su difunto cónyuge está preso por chorros y ella tiene casi una decena de causas abiertas, por trapisondas multimillonarias, sin perjuicio de la firma del documento con Irán y de la muerte del fiscal Nisman.

Escucho hablar al sindicalista D’Elía y a la señora de Bonafini y dan ganas de instaurar el voto calificado. Y no es porque tengan ideas que uno no comparte, sino porque trasuntan odio, rencor, venganza, no conocen del respeto hacia el otro ni valoran su opinión. Síntoma K y de tantos otros “líderes” de esta región, algunos también presos por delitos varios.

Los argentinos, en un porcentaje no menor, no están dignificando la política. Les importa un comino que vuelva alguien sospechada de ser la corrupta más importante de la historia. Todo lo que presuntamente robó no fue volcado en obras sociales, o en arreglo de carreteras, o en la construcción de cloacas o en mejorar la salud y nada cuenta, más que los cánticos contagiosos de astutos líderes sindicales y también políticos, que manejan la gente a su antojo.

Hemos escrito desde este espacio: la política es una carrera abierta. A diferencia de otras profesiones que exigen exámenes y diplomas, es accesible a todos. Por ello hay que honrarla y no explotarla. Por ello hay que dignificarla y no valerse de ella para hacer de la injuria, la bravuconada y la inmoralidad, una impronta sin concesiones. Y uno siente que cada vez nos alejamos más de todo lo que implique actuar con dignidad. Esta actitud de dignidad debería ser previa a cualquier posibilidad de consenso y los mismos políticos que se deben entre sí un trato vibrante pero deferente y honesto, deberían radiar a quienes buscan medrar gracias a un circunstancial puesto que ocupan.

Basta de opacidad, basta de negarse a que actúen comisiones investigadoras, basta de especulaciones de todo tenor, por no conocer de primera mano y con la seriedad debida cómo son las cosas.

Los políticos nos deben respeto, compromiso, franqueza y muchas veces nos toman el pelo sin pudor alguno.

Es imprescindible priorizar al político animado por el sentimiento genuino del interés público, dejando de lado a los que buscan un refugio que oficie de coraza ante actos que no se condicen con las buenas costumbres.

El hombre público siempre está obligado a rendir cuentas y tiene a la ciudadanía como la clientela. ¿Para qué se quiere gobernar? La política es el arte, la voluntad y la pasión de gobernar. Se debe perseguir el sano norte de mejorar la calidad de vida a la gente, sin embustes, con la mano tendida y sin aprovechar un ápice en forma indebida su condición de servidor público.

No hay que bajar los brazos ni resignarse. Eso es lo que quieren los demagogos, los que suman esfuerzos para que la gente no piense y los entretienen con planes sociales cuyo único fin en definitiva, es enterrar su sentido de la dignidad a cambio de un voto teñido de impudicia.

Si la política se confunde con el interés general, si el político pertenece a la sociedad, entonces yo ciudadano le exijo que esté a la altura de las circunstancias. Y no estoy aquilatando su talento, que podrá tener en mayor o menor medida. Estoy incursionando en la ética que reflexiona sobre el fenómeno moral y este alude a las reglas, normas, al contenido de la acción humana.

La corrupción es un fenómeno social generalizado, que solo puede combatirse por medio de la revalorización ética y la lucha institucional y jurídico penal contra ella, pero además, con el involucramiento de la gente de manera activa, en política. No les dejemos el campo orégano para que actúen a sus anchas. La gente está hastiada de la política y hace caso omiso a todo el acontecer en torno a ella y se sumerge en sus actividades, sin salirse de su torre de Babel.

Involucrarse es un deber moral que se lo debemos a nuestra descendencia, para dejarles un país que comience el camino hacia el desarrollo. Estamos muy lejos de dicha condición y no hay atisbos de reacción.

Los grandes líderes se preocupan por aquellos a quienes dirigen y el privilegio de dirigirlos es a expensas del interés propio. Tiempos idos…

Quiero talento y responsabilidad en quien dirija este país y su entorno, pero le exijo hombría de bien como impronta innegociable que nos lleve a decorosos derroteros…

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