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El peligroso regreso de CFK

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andrés oppenheimer
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Cuando le pregunté a la novelista chilena Isabel Allende sobre encuestas recientes que muestran que la ex presidenta populista de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, podría ganar las elecciones del 27 de octubre, la escritora meneó la cabeza con asombro y dio una respuesta brutalmente honesta. “Argentina es un país políticamente inmaduro”, me dijo.

Allende se refería al hábito de muchos argentinos de votar a gobernantes peronistas, a pesar de que la mayoría de ellos han arruinado al país. Allende agregó durante la entrevista que “la política argentina siempre ha sido extraña. Eligen a la gente más rara… Perdón a los argentinos amigos míos, pero así lo vemos desde afuera”.

La escritora tiene razón. La inmadurez puede ser definida como falta de sensatez, o buen juicio. Y el principal problema de Argentina ha sido su costumbre infantil de vivir más allá de sus posibilidades, y -como vimos recientemente durante el mandato de CFK- culpar a otros cuando se acaba la fiesta.

Si llegara a ganar la fórmula que la ex presidenta integra con su ex jefe de gabinete (Alberto Fernández), puede que Allende se haya quedado corta al describir a Argentina como un país “políticamente inmaduro”. Sería más bien un país políticamente masoquista, o suicida.

El gobierno de Fernández de Kirchner se benefició de la mayor bonanza económica en la historia reciente de su país gracias al alza de los precios mundiales de la soja y otras exportaciones agrícolas. Y, a pesar de eso, la ex presidenta dejó el país en bancarrota.

La resultados de la bonanza económica no los usó para mejorar a la Argentina sino que los derrochó en subsidios sociales insostenibles. Fue una gratificación instantánea, a expensas del atraso a largo plazo. Pan para hoy, hambre para mañana.

Entre 2010 y 2015, durante su mandato, la cantidad de hogares que recibieron subsidios del gobierno aumentó de 40.7 por ciento a 59.3 por ciento, según cifras oficiales. Durante el gobierno de Macri, esa cifra bajó ligeramente, al 56.9 por ciento, en parte porque Macri no se atrevió a hacer recortes drásticos por temor a que desencadenaran protestas sociales que hicieran al país ingobernable.

Los funcionarios del gobierno me dicen que Macri redujo la corrupción en la asignación de los subsidios que heredó, y obligó a muchos beneficiarios a enviar a sus hijos a la escuela o a buscar trabajo.

Tal vez sea así, pero el hecho es que Argentina es un país donde una minoría de 7.8 millones de personas que trabajan en el sector privado están subsidiando a 18.8 millones de personas que reciben pagos del gobierno, incluidos los subsidios, jubilaciones y empleos públicos. Eso es insostenible en cualquier país del mundo.

En reciente entrevista, el asesor de imagen de Macri, Jaime Durán Barba, me dijo que aún confía en que, a pesar del bajón económico, Macri será reelegido. Piensa que los argentinos tienen fresca la memoria de la corrupción masiva de la ex presidenta, sus estadísticas económicas ficticias y su desdén por las instituciones democráticas. La mayoría no querrá volver al pasado, agregó.

Ojalá que así sea. Elegir la fórmula de la ex presidenta sería un acto de increíble inmadurez política, y condenaría a Argentina a una nueva fiesta populista. Recemos por Argentina.

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