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Una nueva era

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FRANCISCO FAIG
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Es una obviedad decir que hoy se inicia un nuevo tiempo político. Empero, importa tener clara la real dimensión del profundo cambio que vivimos.

En primer lugar, se acaban 15 años de gobiernos con mayoría absoluta parlamentaria del Frente Amplio (FA). Nunca antes había habido tal acumulación de poder por tanto tiempo. Quizás en el largo plazo, estos tres lustros se terminen analizando como un paréntesis anómalo de la historia política del país: a futuro, parece muy difícil que el discurso y el talante que las nuevas generaciones del FA están construyendo, logren apoyos ciudadanos tan amplios como los de 2004-2014. En cualquier caso, ya el hecho de que en octubre de 2019 el FA haya recibido un porcentaje menor que el de octubre de 1999 marca claramente un fuerte signo de cambio.

En segundo lugar, el nuevo gobierno trae consigo una profunda legitimación democrática. Si fue una traducción real del sentir popular mayoritario aquel “festejen uruguayos” de 2004, también es una fiesta popular mayoritaria la que hoy engalanará la historia de la República. La mezquindad y soberbia del relato izquierdista, tan extendidas, han sembrado la idea de que el único pueblo que vale es el afín al FA. Patrañas. Los miles de jinetes y los miles de vecinos que hoy homenajearán al nuevo presidente en las calles de Montevideo forman parte del pueblo jubiloso de nuestra Patria.

El país votó en junio, octubre y noviembre, por un cambio sustancial. Lo hizo sin aspavientos. Pero lo hizo con certeza de qué camino quiere tomar, fijando una mayoría política clara para que un presidente de una generación nueva enderece el rumbo en busca de un futuro de paz y prosperidad para todos. No lo ve quien no quiere: los protagonistas son una coalición mayoritaria, forjada por viejos y nuevos partidos; un liderazgo fuerte, con larga experiencia política; y un sentido de urgencia y profundidad en los cambios que el pueblo legitimó con su voto.

Es verdad que en muchas dimensiones seguimos siendo el mejor país de Sudamérica, como casi siempre en los últimos 70 años. Empero, si no damos el salto, si no logramos mejorar lo que está mal, si no reformamos a fondo, habremos perdido el tren de la modernidad: los más ricos conectarán con lo mejor del mundo globalizado, con lógicas feudales que los alejarán del sentir ciudadano de la República; los del medio la irán llevando sí, pero sin esperanzas de mejorar radicalmen- te; y los más pobres segui- rán sufriendo la perspectiva hobbesbiana de una vida tosca, embrutecida y más breve que la de los demás.

La generación de cuarentones que llega al poder sabe que es su responsabilidad hacer todo lo posible para que nuestros hijos y nietos puedan forjarse un futuro próspero, libre y satisfecho en Uruguay. En su intimidad más profunda, sabe también que ese es el principal desafío de esta nueva era. Tiene además un fuerte sentido de Historia, como lo ha mostrado Lacalle Pou en particular (“las nubes pasan, el azul queda”). Sabe, en definitiva, que lo está en juego es la razón de ser profunda de nuestra Patria.

Se abre un tiempo de esperanza. No desmedida: nadie prometió la multiplicación de panes y peces. Pero tampoco infundada: hay reformas por hacer que permiten avizorar un futuro mejor. Bienvenida pues, la nueva era.

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