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Colapso en Nicaragua

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Andrés Oppenheimer
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Cuando le pregunté al presidente nicaragüense Daniel Ortega en una entrevista reciente, cómo siente cuando lo llaman un dictador, se encogió de hombros y respondió —inmutable— que "he aprendido a no molestarme cuando escucho mentiras".

Sin embargo, sus más recientes acciones contra la libertad de prensa en Nicaragua muestran que quienes lo llaman dictador podrían no estar diciendo mentiras, salvo que se queden cortos

El 14 de diciembre, la policía de Ortega allanó las oficinas del periodista independiente más conocido de Nicaragua, Carlos Fernando Chamorro, editor del semanario Confidencial y presentador del programa de televisión "Esta Semana". La policía irrumpió en el edificio sin una orden judicial, y se llevó consigo computadoras y documentos privados, dijo Chamorro.

"Todavía están ocupando el edificio", me dijo Chamorro cuatro días después de la redada. "Fue una acción ilegal que violó la libertad de la prensa, la propiedad privada y la libre empresa".

Además de las oficinas de Chamorro, fueron ocupadas por la policía las instalaciones de más de media docena de organizaciones no gubernamentales, como el Centro Nicaragüense de los Derechos Humanos. La mayoría de ellas son de grupos que han alzado su voz contra el régimen de Ortega (y señora) tras la brutal represión de las protestas antigubernamentales que dejó más de 325 muertos desde abril.

Las protestas de un pueblo agobiado, exigían la renuncia de Ortega, quien ha estado en el poder desde el 2007 y ha acaparado poderes casi absolutos. Sus recientes elecciones han sido al penoso estilo venezolano: utilizando todo tipo de triquiñuelas legales, instituciones "autónomas" sin autonomía. y recursos estatales para ganar.

La nueva ola de represión contra las instituciones independientes empeorará la crisis política y económica de Nicaragua.

Contrariamente a la afirmación de Ortega en la entrevista que le hice el 28 de julio en su residencia en Managua de que la economía del país se estaba encaminando hacia una "normalización" total, Nicaragua está descendiendo rápidamente al colapso económico. Igual que Venezuela.

Según la Fundación para el Desarrollo Económico y Social de Nicaragua (Funides), un grupo no gubernamental del sector privado, la economía de Nicaragua —que se preveía iba a crecer un cinco por ciento anual antes de las protestas de abril— finalizará en 2018 con una tasa de crecimiento negativa de menos cuatro por ciento. En el 2019, se espera que la economía caiga aún más, a una tasa de crecimiento negativa de entre menos siete por ciento y menos diez por ciento.

Cerca de 120.000 nicaragüenses han perdido sus empleos desde abril, casi el 20 por ciento de la fuerza laboral del país, y esa cifra podría duplicarse el próximo año, dice Funides. Unos 50.000 nicaragüenses ya han huido hacia Costa Rica.

El presidente de Funides, Juan Sebastián Chamorro, me dijo que las sanciones más recientes del gobierno de Donald Trump contra Nicaragua acelerarán la caída económica del país.

Además de las sanciones individuales de Estados Unidos contra altos funcionarios nicaragüenses, el Congreso de Estados Unidos a principios de este mes aprobó el llamado proyecto de ley "Nica Act" destinado a cortar los préstamos a Nicaragua de instituciones financieras internacionales como es el caso del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Se espera que Trump firme el proyecto de ley en breve.

La comunidad empresarial de Nicaragua, que hasta hace poco tácitamente apoyaba a Daniel Ortega y se oponía a las sanciones de Estados Unidos, ahora directamente las apoya. Un número creciente de empresarios está de acuerdo en que, a menos que Ortega sienta la presión de Estados Unidos para negociar un acuerdo con la oposición, se aferrará al poder por tiempo indefinido, y el país no saldrá de su crisis.

"Nicaragua es un país completamente diferente a Venezuela. No tenemos petróleo, y necesitamos préstamos extranjeros e inversiones del sector privado", me dijo el presidente de Funides, Chamorro. Agregó que las presiones externas podrían hacer crecer las presiones internas sobre Ortega para que negocie un acuerdo con la oposición.

Eso es cierto. Pero, a juzgar por la cara de piedra de Ortega cuando le pregunté si le molestaba que lo llamaran un dictador, sospecho que tomará algún tiempo, y muchas penurias, convencerlo de que negocie un acuerdo político que conduzca a elecciones libres y a la reactivación de la economía.

Me temo que antes de que las cosas mejoren en Nicaragua, se van a poner mucho peor.

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