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To be or not to be

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Ana Ribeiro
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La semana pasada, con todas sus facetas, se reflejó ampliamente en la red social Facebook. Muchos colgaron fotos de las celebraciones religiosas, ese acto tan íntimo, pero a la vez colectivo.

Abundaron las imágenes de los más variados rincones turísticos del mundo y del país: desde París a las playas del Este. Algunos, incluso, se atrevieron con escenas de cacería, mostrando sus sanguinolentos trofeos. Imágenes que coexistían con infinidad de fotografías que perpetuaron los encuentros familiares, con sonrisas posadas especialmente para "Face", esa indiscreta vidriera del mundo.

Sin embargo, miles y miles de usuarios están cerrando sus cuentas en la popular red social, que fue golpeada por el escándalo de Cambridge Analytica al revelarse la filtración de datos de 50 millones de usuarios, que fueron utilizados con fines electorales. Esto produjo la consecuente caída de las acciones de Facebook en las Bolsas y el "contagio" a otras grandes empresas del sector.

Cuando iniciamos la red —confesó Mark Zuckerberg— "no había manera de saber que uno de los mayores problemas que debería resolver sería evitar que los gobiernos interfirieran en las elecciones a través de Facebook". Quien sí lo había previsto fue Byung-Chul Han, un filósofo germano-coreano conocido por impugnar en clave heideggeriana-marxista al mundo capitalista contemporáneo. Si bien Chul-Han es criticado por su mezcla de filosofía con lugares comunes y por cierta maniquea "paranoia crítica", su último libro ("Psicopolítica") apuntó precisamente a la manipulación masiva que acaba de quedar al descubierto.

Tanto el mercado como las normas culturales alimentan un insaciable impulso hacia la divulgación voluntaria de todo tipo de información, a un punto lindante con lo obsceno, porque Big Data (que va más lejos que Big Brother) es un panóptico digital en el que los usuarios se desnudan por su propia voluntad, subiendo a la red todo tipo de datos sin saber sus usos posteriores. El "exceso de positividad" que lo impregna todo cuando la vida social se convierte en mercancía y en espectáculo, evidente en esa poco creíble felicidad que desprenden los perfiles en los que se sonríe, come y pasea en reiteración real, representa una crisis de la libertad. Porque cuando el valor de las personas y las cosas deriva de ese "valor de exposición", cada uno es empresario de sí mismo y queda inmerso en un "trabajo sin fin en el propio yo". De allí deriva la gran confusión, en opinión de Chul-Han: el individuo confunde libertad con el ejercicio del eterno hedonismo, con ese constante elegir para definirse, con esa permanente exhibición para confirmarse. Creyéndose libre es que permite que el Big Data pronostique sus comportamientos y —llegando más lejos aún— los condicione sin que él siquiera lo note.

Claro que no todos pueden ni quieren borrarse de la red, porque para gran parte del mundo Facebook es internet y es la única forma de conectarse con familiares, amigos y mundo laboral. Los jóvenes están tan divididos como los mayores al respecto: muchos no conciben la vida sin los "Me gusta", mientras que otros se desligan no tanto por DeleteFacebook como por razones más pedestres. "Es para viejos, están mi madre y sus amigas. No me las banco", me confesó una alumna. Lo cual no ha incidido en la cantidad de selfies que sigue tomándose a diario, porque "cada uno es el panóptico de sí mismo".

Ser o no ser es estar o no estar y esa es la cuestión.

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