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Suite francesa

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Aprendí en las clases del doctor Armando Pirotto, en la vieja Facultad de Humanidades y Ciencias, que las guerras de religión provocaron toda clase de injusticias y crueldades en suelo europeo. En Francia, especialmente, miles de “heréticos” valdenses y hugonotes se enfrentaron a católicos, protagonizando ocho guerras religiosas a lo largo del siglo XVI.

Aprendí en las clases del doctor Armando Pirotto, en la vieja Facultad de Humanidades y Ciencias, que las guerras de religión provocaron toda clase de injusticias y crueldades en suelo europeo. En Francia, especialmente, miles de “heréticos” valdenses y hugonotes se enfrentaron a católicos, protagonizando ocho guerras religiosas a lo largo del siglo XVI.

En la matanza de Vassy, producida porque los ruidosos cantos de una misa hugonote atemorizaron al duque de Guisa, que retornaba con su séquito luego de visitar a su madre, resultaron muertos 74 hugonotes y 104 fueron heridos. Peor aún fue la matanza de miles en la noche de San Bartolomé, “de la que no existía ningún ejemplo en los anales de los crímenes”, al decir de Voltaire. Ajustar el significado de las palabras reveladas siempre hizo correr sangre de forma generosa, tanto desde los patíbulos como en los campos de batalla. Pero eso convocó a la tinta, siempre tan revolucionaria: no casualmente fue Voltaire quien escribió el “Tratado sobre la tolerancia”, en homenaje y desagravio por la muerte de Jean Calas, acaecida en 1762.

Estos datos y saberes no podían resultarme más inquietantes, cuando el mundo fue conmocionado por las matanzas ocurridas en París, en el semanario “Charlie Hebdo” y en la tienda de comidas kosher. Pero, quiso la casualidad que precisamente en ese momento estuviera leyendo “Suite francesa”, de Irène Némirovsky.

Irène Némirovsky fue una judía de origen ucraniano, que, escapando de la revolución rusa, recaló con su familia en París en el año 1919. La joven Irène estudió letras en la Sorbona y se convirtió con los años en una escritora admirada y exitosa. La Segunda Guerra la sorprendió casada, madre de dos hijas y convertida al catolicismo. La Francia ocupada por los alemanes se tornó desde entonces muy difícil para ellos: su esposo perdió el empleo y a ella se le impidió publicar. Portó la estrella amarilla hasta que fue deportada a Auschwitz, donde murió de tifus; también su esposo murió allí, pero dos meses más tarde y en la cámara de gas.

Sus dos hijas llevaron con ellas, a cada casa en la que se escondían, la valija que contenía los manuscritos de la última obra que escribió su madre. Se publicó recién en 2004, con el título de “Suite francesa”. En ese libro extraordinario se escucha la marcha pesada de las botas alemanas, mientras un fresco barroco de las carreteras francesas nos muestra el gentío desesperado por huír. Con sus perritos, su ropa, sus gallinas, sus joyas, sus miedos y miserias a cuestas, protagonizan episodios de heroísmo o mezquindad que retratan la compleja condición humana, por encima de identidades nacionales, sociales o religiosas. Ricos angustiados por sus fortunas, amantes, esposas, amores nuevos, el hambre, la sed, la búsqueda de gasolina, son protagonistas que se mezclan con los alemanes, a medida que avanzan. Convivir con el enemigo, utilizarlos, verse vejados o atropellados por ellos, enamorarse incluso de ellos, son algunas de las complejas situaciones, que nunca son en blanco y negro, cuando la privilegiada pluma de Némirovsky las retrata.

Esa lectura me consoló, recordándome que si hay un pueblo que ha visto mucha agua, tinta y sangre correr bajo sus puentes, ese es el francés. Recordarán, recuperarán, afianzarán la tolerancia, hoy gravemente herida. O eso quiero creer, para paliar el inmenso miedo existencial que me producen los fanatismos. 

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Ana Ribeiro

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