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Nosotros hace un siglo

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Ana Ribeiro
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Cunninghame Graham visitó por segunda vez el Uruguay en el año 1914 (la primera había sido en 1876), comprando caballos para Inglaterra. Recorrió la campaña en esa tarea y vio por sí mismo como muchos —cuando vendían al suyo porque la paga era buena— lo despedían diciendo: "Pobrecito, te vas a la Gran Guerra". También vio cómo los arreadores y domadores locales que habían contratado, bautizaban como "bárbara" a esa guerra, como una forma de señalar que los europeos no eran más civilizados que ellos, pese a que por sus hábitos e indumentarias parecían una estampa de los tiempos de la independencia. Al inglés le causaba asombro ese país que en ciertos parajes parecía suspendido en 1810 y en otros presumía de vanguardista.

Fue con esa contradicción tan abierta como una llaga que llegamos al año 1918, en el que estrenamos la constitución que se plebiscitó en 1917, entró en vigor en 1919 y que confusamente nominamos con cualquiera de los tres años mencionados. La que estableció que el Poder Ejecutivo estaría en manos del Presidente y del Consejo Nacional de Administración; la que nos embarcó en un laicismo a ultranza al separar iglesia y estado; la que estableció el voto universal masculino, el voto secreto, la supresión de la pena de muerte, el habeas corpus y la representación proporcional integral, por la que tanto habían luchado las minorías. La que cumple un siglo en este año.

El Colegiado, emanado de los "Apuntes" de José Batlle y Ordóñez, había dividido al país y al propio partido colorado. Tras la discusión estaba, latente, el freno al impulso del batllismo (no en vano nominado "inquietismo" por sus opositores), que se concretó en el "Alto" de Viera. "Hemos marchado bastante a prisa", explicó.

Era la llamada "república conservadora", que se abría paso en medio de una democracia consolidada, laica y con una legislación social de avanzada, que ahora sentía el rigor del freno.

El escenario era de gran conflictividad gremial. Pese al estado proteccionista que había desarrollado el batllismo, empeñado en garantizar derechos individuales y en achicar la brecha entre ricos y pobres, había huelgas en la construcción, en el tranvía, en la asistencia pública. También entre los picapedreros que esta- ban trabajando para el aún inconcluso Palacio Legislativo y para extender la rambla hasta Pocitos y Carrasco; entre los obreros de los frigoríficos que habían desplazado a los vie- jos saladeros; entre los traba-jadores portuarios y marítimos. La ocupación policial del Cerro y la muerte de un obre-ro tranviario en medio de una represión callejera, habían empañado el proclamado obre-rismo de aquel "comunismo chapa 15".

El presidente Viera se había ido alineando con la Triple Entente Inglaterra-Francia-Rusia, a la que se sumaría luego Estados Unidos, cuando la Revolución apartó a los soviéticos. Les vendimos extracto de carne y productos de industrias sustitutivas de importaciones. Los caballos que compraba Cunninghame Graham también iban para esa alianza. Caerían por millares bajo el fuego de los morteros y metrallas que determinaron que las caballerías ya no eran eficaces en las guerras modernas.

"Coman bien", le dijo un arreador a los caballos que embarcaban para el frente de guerra, "que todo el pasto de Europa ha de tener olor a sangre".

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