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El señor de los ladrillos

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Ana Ribeiro
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Montevideo Shopping es probablemente la obra de Eladio Dieste que más frecuentan los montevideanos, aunque el atiborramiento de locales y marquesinas casi logra ocultar el juego de espacios y luminosidades que es su distintivo.

Felizmente, su obra fue prolífica y se la puede apreciar a lo largo de todo el país: la casa Berlingeri en Punta Ballena, su propia casa familiar en Punta Gorda, tanques de agua, silos, galpones, fábricas, gimnasios, campanarios e iglesias, se levantan a lo largo de Montevideo, Maldonado, Soriano, Canelones, Paysandú, Artigas, Flores, San José, Durazno, Salto, Río Negro, Colonia, Florida y Treinta y Tres.

El brillante ingeniero uruguayo legó más de 150 construcciones al Uruguay, con esas inconfundibles bóvedas y curvaturas en las que aunaba arquitectura con ingeniería y ladrillos con luz.

Una de sus obras ha recibido una importante inversión con fines de preservación patrimonial por parte de la Getty Foundation. Creada en 1984, "la Getty" es una organización cultural internacional, una entidad filantrópica que otorga subvenciones allí donde la subvenciones pueden marcar la diferencia. Cada año, obras de arquitectura moderna de diferentes partes del mundo reciben fondos de la Fundación para su protección y preservación. Estudios sobre el cemento armado, por ejemplo, tan utilizado en la arquitectura moderna; obras arquitectónicas de mujeres africanas, o las construcciones que apostaron a la integración del vidrio y el cemento.

Los proyectos incluyen la Ópera de Sydney, el complejo Max Liebling en Israel, el Centennial Hall en Polonia, el Paimio Sanatorium en Finlandia y la Iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes, obra de Eladio Dieste ubicada en el km 164 de Ruta 11, en Atlántida, Canelones.

Los sofisticados aparatos que la Fundación dispuso pa-ra estudiarla revelaron fisuras, ladrillos dañados, tejuelas levantadas, la inundación frecuente del baptisterio, pero también ratificaron la genialidad de Dieste al diseñar los puntos fuertes de esas imponentes bóvedas que parecen suspendidas en el aire. Porque —hay que subrayarlo con la sonrisa cómplice con que lo hace el arquitecto Esteban Dieste, al hablar de la obra de su padre— el ingeniero fue un intuitivo que trabajaba con lápiz y papel, apoyado por un equipo de albañiles italianos, productos de la inmigración que recibiera Uruguay a lo largo del siglo XX. Esa ductilidad para aunar la tierra, el agua y la mano del hombre es la que hizo del ladrillo o —para decirlo con el lenguaje del propio Dieste— la cerámica armada, el elemento monocromático distintivo de sus construcciones.

El rojizo dominante del ladrillo contrasta con el interior del templo en el cual la penumbra es interrumpida con rayos de luz multicolores, que se cuelan por aberturas impensadas para iluminar puntos elegidos muy especialmente: la imagen de devoción, el despojado altar, la reunión de fieles. Las paredes se inician rectas y se van ondulando, sostenidas por sí mismas, en un raro equilibrio que prescinde de estructuras de hormigón y de vigas. Resultan sobrecogedoras esas líneas de sensualidad y levedad.

El dinero de un millonario petrolero excéntrico ha venido a rescatar una obra arquitectónica del Uruguay que fuimos, no hace mucho tiempo. Larga vida a su nombre y a su obra.

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