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Seda y celulares

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Ana Ribeiro
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"¿Dónde está el reloj que suena sin que lo toquen?", preguntó el emperador Wan-Li.

Se refería al obsequio que le había hecho llegar Mateo Ricci, un jesuita que vivió en China desde 1578 hasta su muerte en 1610 y que les transmitió los conocimientos técnicos, matemáticos y cartográficos de Europa, cuando se descubría que el mundo podía ser circunnavegado. Un antiguo documento existente en el Archivo de Indias recoge la impresión del agustino Martín Rada (otro misionero) en el año 1572: tierra pobladísima en la que todos deben tener oficio y en la que se postran de rodilla ante los gobernadores, con los ojos bajos.

Los contactos entre China y Occidente suelen remontarse a Marco Polo y a los libros sobre maravillosos mundos desconocidos, pero fueron muy anteriores en el tiempo. Primero el jade y luego la seda crearon una red de caminos de más de siete mil quilómetros que conectaban China, desde la Gran Muralla, con el Mar Negro, con Tayikistán, Uzbekistán y Armenia; también con Siria, pasando por la recientemente destruida Palmira. Había una ruta marítima de la seda que llegaba hasta Egipto, el Mediterráneo y África Oriental. Piedras preciosas, tejidos, maderas, estaño, plata, recorrían los caminos que penetraban en toda Asia, India y parte de África, a cambio de jengibre, espejos de bronce y seda. Las conquistas de Alejandro Magno y la dinastía Ptolemaica de Egipto incentivaron el acercamiento y pusieron a la seda a la cabeza de los lujos apetecidos. Inevitablemente, con los productos materiales se intercambiaban conceptos filosóficos, técnicas y religiones.

Pero las crónicas detalladas llegaron a partir del XVI, en el que comerciantes y misioneros occidentales retrataron a China como un espacio misterioso. Sus escritos detallaban la inmensidad, la gran riqueza, la complejidad. El continente americano los obligaba a reflexionar sobre la naturaleza humana (¿eran humanos los indios?, se preguntaron), pero China era un desafío diferente. Sentían admiración por su inmensa territorialidad y población y por la forma eficaz en que controlaban a ambas; por el refinamiento de sus vestimentas, sus conocimientos médicos, su urbanismo y su arquitectura; por el predominio de una cultura letrada de miles de años que —extrañamente, para Occidente— no estaba basado en un sistema teológico.

Hoy día la llamada "nueva ruta de la seda" abarca los viejos caminos y otros nuevos. Por aire, mar y tierra. Los productos son infinitos y tanto van como vienen. África ya está conquistada comercialmente y América es el nuevo desafío para una China que quiere romper la imagen de la megafábrica de productos baratos, para mostrar su pujanza, su apuesta a las inteligencias artificiales y a los procesos educativos que las hacen posibles. Sus mensajes son sutiles como la seda y contundentes como la Gran Muralla: Europa ha sido superior, copiarlos es una forma de homenajearlos, pero ahora es la hora de China y de superarlos.

Deberíamos estudiar a nuestro principal socio comercial con la minuciosidad de aquellos primeros cronistas. Porque la cita es entre un pequeño país democrático y un gigante en que la gente aún baja los ojos ante la autoridad; porque la admiración por China puede renovarse al infinito, pero sería recomendable que fuera en un juego de espejos que nos revele qué queremos como país. Porque ellos lo saben y ya están en su futuro.

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