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Retratos oficiales

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Colgar o descolgar el retrato de un hombre público es uno de los gestos de mayor significación política del mundo. Dado que serán abundantes en esta semana, es conveniente recordar que, ya sean óleos, fotografías o daguerrotipos, los hay que descienden de la pared para sumirse en el olvido, apenas rescatados por los libros de Historia y las vitrinas de los museos, pero también —como le sucedió a tantas estatuas de Stalin o Saddam Hussein—, los hay que terminan decapitados.

Colgar o descolgar el retrato de un hombre público es uno de los gestos de mayor significación política del mundo. Dado que serán abundantes en esta semana, es conveniente recordar que, ya sean óleos, fotografías o daguerrotipos, los hay que descienden de la pared para sumirse en el olvido, apenas rescatados por los libros de Historia y las vitrinas de los museos, pero también —como le sucedió a tantas estatuas de Stalin o Saddam Hussein—, los hay que terminan decapitados.

Otros, en cambio, se elevan a la categoría de símbolo, adquiriendo el poder espiritual de aquel al que representan, frente al que se reza o se jura, se identifican comunidades y ante ellos se desgrana emoción.
Mañana 19 de junio, el retrato de José Artigas que realizara Juan Manuel Blanes, el que más veces se reproduce en la iconografía uruguaya (en cada despacho, escuela o liceo, en todas las comisarías y cuarteles, en los cuadernos y textos escolares), volverá a ser el más conocido y —a la vez— el que menos han visto los ciudadanos.

El original está en el Palacio Estévez, esquivo a los ojos del público, con la puerta de la Ciudadela como fondo. Aunque fue criticado en su momento, un largo camino historiográfico y su indefinida fuerza plástica lo convirtieron en verosímil y en retrato oficial.

Algo similar pasó con la fotografía de Alberto Korda, que en 1960 convirtió el rostro de Ernesto “Ché” Guevara en un ícono que se reproduce incansablemente en banderas, materas y camisetas que enarbolan incluso quienes no saben casi nada del personaje, pero creen en el mensaje antisistema que encierra esa imagen de mirada grave y boina con estrella.

La delgadez casi sacrificial, el pelo tirante y el gesto adusto con que Eva Perón reclamaba por sus descamisados y por un culto unánime para su marido, cristalizaron en el retrato forjado en metal que se adosó recientemente a la fachada del Ministerio de Desarrollo Social. Es el mismo rostro que se reproduce en el papel moneda argentino, como lo hace en el uruguayo la hermosa Juana de Ibarbourou, o el Artigas de Blanes, que al contraluz, autentifica los billetes.

Todos parecen destinados a engrosar ese surtido de imágenes en el que se mezcla el arte con la mercadería, lo desvirtuado con el homenaje. Una inquietante fotografía de Panta Astiazarán captó el stock acumulado de bustos de Artigas símil bronce, de material plástico. Solemnemente apilados, esperaban su salida comercial.

Los innumerables retratos del rey Juan Carlos I que se hicieron y reprodujeron durante 39 años, comenzarán hoy a ser descolgados a lo largo de toda España, para sustituirlos por los de Felipe VI. ¿La reproducción masiva resta o suma a estas icónicas imágenes?
Confieso mi duda, pero también mi confianza en su fuerza simbólica, para avalarla me remito al museo de L’Almodí de Xàtiva, la ciudad que ordenó incendiar Felipe V en 1707, “para escarmiento” de aquellas poblaciones que intentasen oponerse a un Borbón.

El museo mantendrá el retrato de Felipe V, tal y como lo exhiben desde el año 1995. O sea, boca abajo, para castigar a quien arrasó por las armas los fueros valencianos. Los visitantes que entran al museo solo para ver ese retrato invertido, alimentan el turismo y la industria cultural, pero también ratifican que una imagen vale más que mil palabras.

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Ana Ribeiro

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