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El pasado y la nostalgia

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Cuando las fuerzas lusitanas que ocupaban la Cisplatina se dividieron entre partidarios del rey Juan o partidarios del Brasil independiente, apareció un primer intento de resistencia oriental protagonizado por los miembros de la Logia Los Caballeros Orientales. No pasó de ser una fronda de montevideanos, pero denotó la existencia de un sentimiento ya bastante extendido de resistencia al portugués.

Cuando las fuerzas lusitanas que ocupaban la Cisplatina se dividieron entre partidarios del rey Juan o partidarios del Brasil independiente, apareció un primer intento de resistencia oriental protagonizado por los miembros de la Logia Los Caballeros Orientales. No pasó de ser una fronda de montevideanos, pero denotó la existencia de un sentimiento ya bastante extendido de resistencia al portugués.

Contando con el apoyo de los comerciantes y políticos de Buenos Aires y bajo el liderazgo de viejos lugartenientes artiguistas, en 1825 se volvieron a desplegar los colores blanco, azul y rojo de la revolución, en momentos en que la derrota de Ayacucho había desatado una oleada continental de entusiasmo republicano. Los luego identificados como Treinta y Tres Orientales (que fueron en realidad alrededor de 42), liderados por Juan Antonio Lavalleja, iniciaron una lucha que se prolongó hasta 1828.

Fue ese movimiento el que promovió la Ley de Independencia, que declaró “írritos, nulos, disueltos y sin ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia Oriental, por la violencia de la fuerza”. Se reasumían así libres e independientes “de hecho y de derecho” del rey de Portugal, del emperador del Brasil, y de cualquiera otro poder del universo.

Lo que deseaban era volver a pertenecer a las Provincias Unidas, por eso complementaron la ley de Unión y la de Pabellón, que indicaba cómo sería la bandera que usarían provisoriamente mientras esperaban que las Provincias los admitieran como reincorporados.

En el relato de la nación elaborado posteriormente, el 25 de Agosto, Juan Antonio Lavalleja y los Treinta y Tres pasaron a ser elementos simbólicos y heroicos del Uruguay como “comunidad imaginada”.

La fecha no refleja en puridad la independencia absoluta (que se conquistó recién algunos años más tarde), pero eso no impidió que se la colocara en ese lugar de idealidad que cantan los himnos y celebran los actos escolares. Muchos revisionistas de ese relato fundacional denunciaron la pérdida de complejidades conceptuales.

A eso se superpusieron, además, las disputas políticas de la memoria, de modo tal que las “fechas patrias” terminaron desvaídas y sometidas a resignificaciones varias.

El resultado es que lo que se conmemora mañana tiene cada vez menor reconocimiento como fecha de contenido histórico y más como feriado, como día franco que -sobre todo- se asocia a una salida nocturna bailable. Las voces de Gloria Gaynor y de Donald parecen competir con la palabra grabada en piedra, que habla desde la tumba de Lavalleja, en la catedral montevideana: “Sirvió a la Patria 43 años, estuvo al frente de su primer gobierno, ganó la batalla de Sarandí, desempeñó por varias veces los destinos más elevados y murió pobre.”

Nietzsche, en “De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida”, señalaba un único camino válido para la Historia como disciplina: el que va al pasado por y desde el presente, manteniéndolo significante y vivo. La educación debería guiar al alumnado en la búsqueda de ese nexo enriquecedor entre el tiempo ido y el actual.

No es un camino reñido con la alegría ni con las fiestas, sino con las simplificaciones de los bronces.

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Ana Ribeiro

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