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LASA y Malaspina

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En San Juan de Puerto Rico, del 27 al 30 de mayo del presente, sesionó el Congreso anual de LASA (Latin American Studies Association), reuniendo unas 6.000 personas que participaron de 1.171 paneles sobre “Precariedades, exclusiones, emergencias”.

En San Juan de Puerto Rico, del 27 al 30 de mayo del presente, sesionó el Congreso anual de LASA (Latin American Studies Association), reuniendo unas 6.000 personas que participaron de 1.171 paneles sobre “Precariedades, exclusiones, emergencias”.

El turismo habitual, ansioso de playa y mojitos, coexistió durante cuatro días con aquella marea humana de gafas y libros en ristre. Quizás debido al cambio histórico por el cual transitan las relaciones norteamericanas con la isla. Quizás porque el congreso se realizaba en el Caribe. Quizás porque las fotos de Fidel entrando en La Habana aún hablan del pasado reciente, pese a que aquel hombre altísimo y barbado es hoy un anciano encorvado y despojado de su eterno uniforme verde olivo, lo cierto es que Cuba concitó un número importante de las conferencias y publicaciones. En ellas se reflexionó sobre cómo encauzar las luchas feministas ante los nuevos vientos políticos; cómo entender la blogósfera de un país en el que Joanni Sánchez es un ícono, pese a que hay tan solo un millón de computadores (y dos millones de usuarios) en 10 millones de cubanos; cómo encarar las luchas políticas internas de forma que puedan abandonar cinco décadas de partido único, sin romper la necesaria institucionalidad ni excluir a los cubanos de su propio proceso de cambio.

Una enorme muestra, impulsada por editoriales privadas y universitarias, ofrecía las últimas novedades en libros y revistas académicas. Pese a que, en comparación con el Caribe, el Río de la Plata tenía menos visibilidad, entre los miles de libros expuestos encontré una joya historiográfica que los abarca, porque ambos estuvieron en el itinerario de su viaje: “Axiomas políticos sobre la América”, de Alejandro Malaspina.

El noble italiano Malaspina, al servicio de la Armada Española y al frente de la “Descubierta” y la “Atrevida”, partió de Cádiz en 1789, el año en que comenzaba la Revolución Francesa, y bajó en el mismo puerto cinco años después, cargado de informes, planos, dibujos, inventarios, muestras. En su diario dejó constancia de todo lo visto y estudiado, desde Montevideo (a la que describió con sus agradables y frondosos alrededores, contrastantes con los malos empedrados de sus calles, sucias y salpicadas de baldíos, donde se acumulaban los restos de las faenas) hasta Filipinas. Frontal, Malaspina le señaló a la corona todos los errores que cometía en América: la servidumbre a la que sometía a su población originaria; la forma en que multiplicaba la burocracia, encorsetaba el comercio, provocaba escasez y pretendía homogeneizar lo que era diverso. El mandamás del reino, el ministro Godoy, lo hizo encarcelar, no solamente por ser partidario de que se le diera amplia autonomía a las colonias españolas, sino por opinar, contradecir, desacomodar: por pensar, en definitiva. Malaspina murió en 1809, pocos meses antes que estallara, en Buenos Aires, la revolución que él preanunció en los diagnósticos de sus “Axiomas…”.

Dos siglos después, los científicos sociales también desacomodan. Al igual que entonces, piensan a América desde el saber y cuestionan sin dejar de dialogar.

“Seguiré tendiendo puentes, lo entiendan o no los políticos de turno”, me dijo uno de los varios uruguayos presentes en LASA. Que el continente no los trate como la corona lo hizo con Malaspina.

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Ana Ribeiro

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