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Desde que una mañana de 6 de enero recibí de regalo una muñeca “Duquesita” vestida de comunión, con los ojos azules enmarcados por pestañas inmensas y un largo cabello dorado que caía en bucles, supe que los Reyes Magos pueden ser magníficos. Era mucho regalo para el modesto sueldo de mi padre, pero como yo no sabía por entonces que tal maravilla salía de sus bolsillos, me acostumbré a esperar lo mejor. Por eso, y para no perder aquella ilusión que aprendí a tener hace tantas décadas, hice mi lista.

Desde que una mañana de 6 de enero recibí de regalo una muñeca “Duquesita” vestida de comunión, con los ojos azules enmarcados por pestañas inmensas y un largo cabello dorado que caía en bucles, supe que los Reyes Magos pueden ser magníficos. Era mucho regalo para el modesto sueldo de mi padre, pero como yo no sabía por entonces que tal maravilla salía de sus bolsillos, me acostumbré a esperar lo mejor. Por eso, y para no perder aquella ilusión que aprendí a tener hace tantas décadas, hice mi lista.

Que se multipliquen las escuelas y liceos, como los panes y los peces. Que el sueldo de los docentes y su preparación profesional crezcan de forma paralela y constante. Que padres y alumnos los respeten y consulten, que tengan un estatus social y moral que todos ambicionen. Que los niños y jóvenes recuperen la capacidad lectora que han perdido las últimas generaciones; que los buenos libros no los aburran, que pregunten sin miedo e intepreten sin dubitaciones. Que puedan crear en libertad y cuestionar todo lo que les enseñen, porque una buena clase es aquella que contiene los elementos ideológicos capaces de destruir los argumentos expuestos por el profesor —que aplaudirá a quien lo cuestione o derrote—, porque educar es enseñar a pensar. Que matemáticas, física, química y las ciencias informáticas no se desliguen de las humanidades, porque a pensar enseñan los números y las letras, por igual y al unísono. Que la educación incluya modos y formas en la vida familiar y en los espacios públicos, porque a convivir y a respetar se aprende, porque alejarse del patriarcalismo decimonónico no debe llevar al “todo vale”. Que retornen las jerarquías del mérito y del saber, del hacer y del valer por sí y para la comunidad.

Que los partidos políticos entiendan que son meros inquilinos de los poderes estatales y que la continuidad que busquen sea, prioritariamente, la que derive de las “políticas de estado” para los aspectos básicos de la sociedad. Que las campañas electorales dejen de ofender la inteligencia del votante y que abandonen el tono descalificador que inunda lo discursivo, para que cuando los políticos acuerden entres sí con la racionalidad y el equilibrio que la cosa pública demanda, la ciudadanía no se encuentre desacomodada, con su crispación a cuestas, tan antidemocrática como inducida.

Que el suelo siga dando riquezas y que ese territorio nacional en el que convivimos apenas tres millones sea valorizado como lo que es: un lujo y una promesa. Que tal privilegio de espacio no sea invocado como mercado pobre o como pretexto. Que ya no esperemos de las inversiones extranjeras como del maná del cielo. Que la máquina de impedir se quede sin energía y sin repuestos y que ningún niño reciba hoy un juego de mesa en que le enseñen como jugar al Burócrata.
Que surjan muchos escritores, plásticos y artistas nuevos capaces de romper con los referentes y maestros, sin olvidarlos ni devorarlos. Que el estado los apoye, pese al miedo que provoquen a todo “establishment”.

Que la complejidad sea valorada y al otro se lo respete, que ningún fuerte abuse de ningún débil. Que la cultura y la política renuncien públicamente a conjugarse para entronizar héroes y batallas que legitimen los efímeros poderes de cualquier presente. Que ningún periodista sea silenciado, ni olvide que su obligación es la verdad.Como verán, hoy espero otra “Duquesita”.

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Ana Ribeiro

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