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Ficción y realidades

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El rancho es tan bajo que desde la rambla, disimulado tras unos enormes arbustos de transparentes, casi pasa desapercibido. Hacia el mediodía, desde la oxidada puerta trasera, se abre paso una figura encorvada por el enorme peso de una bandeja de lata.

El rancho es tan bajo que desde la rambla, disimulado tras unos enormes arbustos de transparentes, casi pasa desapercibido. Hacia el mediodía, desde la oxidada puerta trasera, se abre paso una figura encorvada por el enorme peso de una bandeja de lata.

La lleva hasta la orilla y la vuelca sobre las piedras con un golpe seco. Luego se queda allí a contemplar los cientos de gaviotas que lo sobrevuelan, mientras se disputan las ventrescas, los espinazos de corvinas, palometas y lenguados. “Me estaban esperando, porque ellas saben el horario”, le dice a quien lo quiera escuchar, con sonrisa de orgullo. Ajeno a dos montevideanas que toman una fotografía tras otra; ajeno a los corredores que se entrenan en la rambla, a los que pasean a sus perros o se tumban al sol, ese modesto pescador ratifica todos los días el realismo y la magia (que no es lo mismo que el realismo mágico) de una de las obras literarias más importantes que han dado las letras uruguayas: Pepe Corvina, el libro de Enrique Estrázulas que hoy celebra los 40 años de su primera edición. “El rancho estaba en lo alto de una barranca. Abajo suspiraba la espuma. Un poco más al sur se elevaba la farola de piedra. Junto a ella, un pedazo de proa de una fragata hundida apuntaba hacia el cielo desde 1849… A la entrada del rancho, cuatro troncos quemados protegían el fogón que se encendía de noche.” Si bien los techos de lata del rancho parecen salidos de esa página de Estrázulas, en la vereda de enfrente modernos edificios vidriados albergan lujos varios de una zona que, desde el punto de vista inmobiliario, tiene el precio más alto por metro cuadrado de todo Montevideo.

Enrique Estrázulas conoció a Pepe Mata -alias Pepe Corvina- en su infancia, cuando vivía en la calle Tabaré, en la misma Punta Carretas en la que actualmente el enjuto pescador que lo emula reparte el almuerzo a las gaviotas. Aquel Pepe Corvina -cuenta Estrázulas- estaba “con una lata herrumbrada en la mano, diciéndoles a mi padre y a mi tío: ‘Este es el mapa del Paraíso Terrenal’”. A los 31 años Estrázulas, el aristócrata enamorado de las orillas sociales y musicales del tango, escribió la novela que pronto sería traducida a varios idiomas y reeditada incansablemente durante cuarenta años, hasta el presente. ¿El secreto de esa longevidad editorial? Captar una sociabilidad popular basada en liderazgos de corajes y sentidos existenciales “otros”; delinear poéticamente esa frontera entre la cotidianidad y la locura; retratar esa sociedad de cercanías y amortiguadora que fuimos, sobre todo hoy que la sabemos en riesgo. Esa sociedad en la que el bancario, periodista, fundador del semanario Brecha junto a un grupo de amigos, agregado cultural en las embajadas uruguayas en Roma, París, Buenos Aires; colaborador de El Día pero también de El País y poeta mayor, es identificado fundamentalmente por haber escrito la historia de un pescador al que “la locura lo siguió, la locura lo seguía”, como cantó Zitarrosa.

Ya que, como Erasmo, elogiamos la locura: ¿por qué no elogiar ese hito de las letras uruguayas desde una página editorial dedicada mayoritariamente al análisis de la realidad, siempre tan urgente? La inseguridad campea incluso en el democrático paseo de la rambla, las desigualdades sociales persisten y/o crecen, pero Pepe Corvina aún vive cerca del Faro, idéntico a sí mismo.

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Ana Ribeiro

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