Belén es una ciudad palestina de Cisjordania, que dista unos 9 kilómetros de Jerusalén y que está situada en los bíblicos montes de Judea. Tiene unos cinco mil años de historia. Para los cristianos es el lugar de nacimiento de Jesús, según los evangelios de Lucas y de Mateo.
Para los judíos es el lugar en que veneran la tumba de Raquel y el sitio de nacimiento y coronación del rey David. Para los palestinos es también un lugar sagrado.
En 1947, cuando Palestina fue dividida, Belén —junto con Jerusalén— se convirtió en territorio internacional administrado por Naciones Unidas. En 1950, luego de la primera guerra árabe-israelí, pasó a formar parte del Reino Hashemita de Jordania. Diecisiete años más tarde, durante la Guerra de los Seis Días, fue ocupada por Israel, quedando bajo su control por espacio de 30 años. En 1995, tras los Acuerdos de Oslo, pasó a ser administrada por Palestina. Como consecuencia de esta situación política Belén fue rodeada de una barrera de hormigón de ocho metros de altura con sensores y cámaras de seguridad y ha visto disminuir sensiblemente el turismo, principal fuente de ingresos de la ciudad.
Estos últimos días, sin embargo, una noticia irrumpió con "espíritu navideño". La Basílica de la Natividad de Belén fue abierta al público luego de una ardua restauración. El edificio fue construido en el año 339 y destruido dos siglos más tarde. Su primera reconstrucción data del siglo VI. Luego escasearon, pues fueron impedidas por las disputas entre católicos, griegos ortodoxos y armenios, las tres iglesias que la gestionaron a lo largo de los siglos. La última restauración se realizó en 1478, por lo cual en 2013 la recuperación de la basílica fue considerada una emergencia patrimonial mundial.
La misma implicó una delicada labor de más de tres años y fue obra de 170 expertos italianos que dejaron al descubierto los bellísimos mosaicos del periodo bizantino que cubrían parte de sus paredes. Con ayuda de cámaras térmicas similares a las empleadas por los militares en las operaciones nocturnas, los restauradores descubrieron incluso —tras una capa de yeso— un ángel oculto, que se sumó a los seis ya existentes en la iglesia.
Si bien los mosaicos recuperados son apenas el 20% de los originales, su valor es enorme. Miles de fragmentos, entre los que abundan los dorados y plateados, componen multicoloridas figuras frontales en actitud hierática, con vestimentas geometrizadas. Los pequeños fragmentos bañados en oro eran colocados con distinta inclinación a los otros, de forma tal que su brillo destaca sobre los demás. Esa luz, que simboliza la revelación divina, logra un efecto óptico deslumbrante.
Recuperar esa joya artística fue una tarea que demandó múltiples acuerdos y formas de colaboración entre musulmanes, cristianos y judíos; entre empresarios, técnicos, instituciones, los Cascos Azules de la Cultura y la Unesco. Todos juntos lograron una recuperación patrimonial realizada bajo parámetros de tolerancia. No fue la única: mezquitas y otros templos cristianos también han formado parte de una tarea de protección de la cultura en el Medio Oriente que es gestionada con fondos de varios países.
La cultura, que siempre es vanguardia, encontró los caminos para un diálogo inter-religioso que el mundo político aún se y nos debe.