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Los caballos en la Historia

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Ana Ribeiro
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Carlos Luis Federico de Brandsen nació en París en 1785 y murió en la batalla de Ituzaingó, el 20 de febrero de 1827. Famosa por ser la batalla de las desobediencias, peculiar por su magnitud y por la multiplicidad de nacionalidades de sus combatientes (un general prusiano al frente de las tropas brasileñas, soldados austríacos, prusianos, franceses), Ituzaingó fue la victoria del ejército republicano que más influyó en la definición del conflicto. Le siguieron la Convención Preliminar de Paz de 1828 y el reconocimiento de Uruguay como Estado independiente.

La batalla que se llevó la vida de Brandsen no tuvo los resultados políticos esperados para el gobierno de Rivadavia, salvo un ritual honorífico que se repite hasta hoy día. Un partitura preparada para festejar el triunfo brasileño que no fue, se convirtió en trofeo de guerra y luego en la Marcha de Ituzaingó, que acompaña a la bandera argentina. Junto al bastón de mando y la banda presidencial, la marcha forma parte de los atributos —desde Bernardino Rivadavia hasta Mauricio Macri— de todos los presidentes argentinos.

A Brandsen le tocó bastante menos: un ascenso póstumo a coronel y una tumba importante en el Cementerio de la Recoleta, ubicada justo frente al mausoleo del General Alvear. El mismo que dio la orden que Brandsen resistía, porque sabía de las desigualdades de las fuerzas enfrentadas. Su sepultura fue declarada Monumento Histórico Nacional. A ese magro resultado se le suma ahora un libro que hace justicia a los tiempos violentos que le tocó vivir: ¡Cómase la ropa! de Valentín Trujillo, novela histórica que recibiera el Premio Onetti de Narrativa 2016.

Brandsen fue un oficial francés que sobrevivió a Waterloo y superó la derrota de su Emperador aceptando la oferta de Rivadavia para pelear en América en el Regimiento de Cazadores a Caballo, con el cual participó de las campaña de San Martín en Chile y Perú. El libro de Trujillo comienza con el periplo de esos Cazadores y sus monturas por la costa del Pacífico, rumbo a Perú, el bastión realista. "En esta guerra vamos todos al infierno", dice el personaje Brandsen, reflejando fielmente aquella realidad histórica en la que los desertores cruzaban de un bando al otro, la violencia era infinita y los desmanes, junto con el hambre, teñían las páginas que un día se contarían como de gloria y bronce, pero que entonces eran de barro, estiércol y sangre. Esos exoficiales de Napoleón eran hombres peleando una guerra ajena "que pretendía crear un tiempo nuevo sobre una tierra de promisión", movidos por razones varias, que no siempre son las que figuran en el capítulo de las causas de la revolución, cuando se lee Historia. "Le movía el honor, su buen nombre a defender y el amor incondicional por los caballos, a los que se sentía unido", sintetiza el autor, a propósito del coronel Brandsen.

Caballos que cruzan las páginas atravesados por lanzas, acribillados, ahogados, comidos, abandonados a su suerte, arrastrados a ese collar de guerras que caracterizaron los tiempos fundacionales. También la ropa o el duro cuero que cubría los mástiles se convirtieron en alimento, cuando nada más quedaba.

No está mal recordar la compleja argamasa que convirtió a los independentismos en causa sagrada de sus respectivos pueblos.

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