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Murió Carmen Balcells, la agente literaria en lengua española que profesionalizó el mundo editorial latinoamericano y apuntaló el boom de las letras del continente. Los premios Nobel del peruano Mario Vargas Llosa, el colombiano Gabriel García Márquez y el chileno Pablo Neruda dan fe de su labor.

Murió Carmen Balcells, la agente literaria en lengua española que profesionalizó el mundo editorial latinoamericano y apuntaló el boom de las letras del continente. Los premios Nobel del peruano Mario Vargas Llosa, el colombiano Gabriel García Márquez y el chileno Pablo Neruda dan fe de su labor.

Más como autor de culto que de consumo masivo, Juan Carlos Onetti integró tangencialmente ese boom y obtuvo el Premio Cervantes. En su obra nadie nacía con cola de chancho ni viajaba a conocer el hielo, pero su personaje Eladio Linacero iniciaba un viaje hacia el interior de sí mismo a través de la escritura, medio para “hacer algo distinto, algo mejor que las cosas que me sucedieron”. No había poca magia en ese viajar con las letras como vehículo.

Hablamos de lo maravilloso cuando la razón queda paralizada y boca abierta ante una realidad que la desborda, algo que estuvo presente en América desde que Colón puso un pie en ella. Incluso en el Río de la Plata, aunque no tuviéramos el oro de los incas, los indígenas comiéndose a Díaz de Solís, los jaguaretés, los pájaros de todos colores, el desierto verde y los charrúas untados con grasa de yegua, desafiaron la razón de los colonizadores. Sin embargo, el término dio lugar a dudas.

Lo “real maravilloso” fue un sintagma utilizado por primera vez en 1925, cuando el historiador y crítico de arte Ranz Roh lo utilizó para caracterizar la obra de un grupo de pintores posexpresionistas. Luego pasó de la plástica a las letras en 1949, cuando Alejo Carpentier lo utilizó en el prólogo de “El reino de este mundo”. Era aún bastante impreciso, pues no dejaba en claro la diferencia entre lo sobrenatural (propio de la literatura fantástica) y lo extraño (como lo propio del realismo mágico).

En 1976 Enrique Anderson Imbert escribió “El realismo mágico y otros ensayos”, dando cuenta del abuso del término y del fenómeno. Abuso, sí, porque algunos autores reiteraron hasta el hartazgo las fórmulas de García Márquez procurando alcanzar la fama, mientras que otros vieron cerradas las puertas si no escribían a tono con esa demanda que hacía de lo latinoamericano, invariablemente, sinónimo de naturalezas desbordantes, protagonistas obsesionados por su erotismo, almas omnipresentes, loros que caen en ollas de agua caliente, crueles coroneles burlados por sus subalternos y por la vida.

Nos quejamos del estereotipo, pero aún hoy lo alimentamos puntualmente. Un Papa argentino dice que estamos viviendo la tercera guerra mundial ante organismos internacionales que no emiten juicio alguno y ante multitudes que lo ovacionan por donde pasa, fe-lices por la cercanía inusual del representante de Dios en la tierra. En La Habana departe amablemente con ateos que gobernaron por décadas señalando acusadoramente a su iglesia por ser el opio de los pueblos. Un venezolano que llega al poder impulsado por su predecesor (y su muerte), en noches de insomnio se refugia en su tumba, mientras en el día se le aparece en forma de pájaro para aconsejarle; una presidenta que apela todo el tiempo a los pobres utiliza relojes de oro, uñas esculpidas, extensiones de cabello, carísimos zapatos de suela roja; el presiden- te austero que maneja un auto viejo, exhibe desaliños que Emir Kusturica filma en tiempo real e imanta a los jóvenes, cual estrella de rock.

Respetuosa despedida para Carmen Balcells, que supo ver que éramos extraños al límite de lo sobrenatural.

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Ana Ribeiro

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