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Ellas, con "a"

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Ana Ribeiro
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El plural de "feminismo" es el que elige Inés Cuadro Caen en su libro, de reciente aparición: "Feminismos y política en el Uruguay del Novecientos", editado por Banda Oriental y la Asociación de Historiadores del Uruguay, Audhi.

No es una historia de las mujeres en nuestro país, ni un inventario de destacadas excepciones, sino un abordaje en clave histórica, política y conceptual de la urdimbre de palabras y hechos que hay detrás de cada mujer (individualmente o asociadas como tales), en las tres primeras décadas del Uruguay del siglo XX.

Convengamos que los feminismos siempre han generado resistencias. En el Uruguay de fines del siglo XIX el concepto apareció vinculado al sufragio, esa reivindicación que se llevaba todas las miradas, sobre todo cuando sacó a las mujeres a las calles, dándoles una nueva visibilidad que generaba molestias domésticas y conceptuales. Se las asoció al "machonismo" y a la "pantalonización", de tal forma que, no solamente se usaba el adjetivo para nominar a "mujeres feas" que no lograban llegar al matrimonio y canalizaban en el movimiento reivindicatorio femenino sus "frustraciones", sino que categorizó a cualquier niña que trepara un árbol o preguntara algo incómodo a sus mayores. Lo recuerdo claramente en boca de las mujeres de mi familia y del vecindario aún en la segunda mitad del siglo XX : "machona", dicho como rezongo, como descalificativo.

En el libro de Cuadro se diferencia un feminismo liberal (que reclamaba igualdad civil y política, equiparación salarial, abolición de la prostitución, igualdad jurídica entre hijos legítimos e ilegítimos), del que alimentaba las asociaciones femeninas católicas, de gran actividad y presencia ciudadana. Paradójicamente, la veta anticlerical que recorría al liberalismo hacía que los hombres del movimiento demandaran a las mujeres una educación racional de sus hijos, alejándolas del confesionario, las misas y la autoridad clerical. Mientras que las devotas, aferradas a sus crucifijos y brindando una imagen de mayor sometimiento a la autoridad masculina, se escapaban de ese control del varón, precisamente en aras de sus múltiples obras de beneficencia y sus campañas de higiene, moral y fortalecimiento familiar.

No menos complejo fue el feminismo entre los anarquistas, que esperaban de las mujeres buenas "compañeras" que los secundaran en la labor —esencialmente masculina— de cambiar revolucionariamente al mundo. Atentas a esa prédica, muchas ácratas redefinieron su identidad, se alejaron de la "doble moral burguesa" y terminaron abrazando la idea de la liberación sexual femenina. Otras, en cambio, siguieron fieles al rol de "costillas", consideradas más "bellas" cuanto más espirituales y alejadas del poder.

Porque ni el estado batllista, "escudo de los débiles" (trabajadores, ancianos, niños y mujeres), ni las proclamas socialistas que denunciaban a la mujer como doblemente explotada (por el patrón en su trabajo y por el marido en su casa), lograron abarcar las múltiples laminaciones del género femenino en su largo camino constructivo. Tampoco pudieron ocultar ni apaciguar lo candentemente políticos que son todos los feminismos, en todos los tiempos.

Aplaudimos la publicación de este libro que apuesta a la complejidad del saber histórico, una vacuna eficaz contra los estereotipos fáciles.

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