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¿"Ellos" o "nosotros"?

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Ana Ribeiro
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Estoy leyendo el estupendo libro de Valentín Trujillo sobre Real de Azúa y en momentos en que escribo esta nota se prepara el gran encuentro de los "autoconvocados" del campo en Durazno, ese que cuando el lector tenga el diario en sus manos, será tema y foto de tapa. Una coincidencia fermental.

"Nadie más alejado que Real, con sus sacos de tweed inglés cortados a medida, su elegante Morris, su gomina y estampa docente, de las cooperativas laneras del interior, de los olorosos galpones de esquiladores", escribe Trujillo. Pese a esa distancia, Real no fue ajeno a toda una generación de intelectuales que buscaban la llave del cambio en el Uruguay. Unos se volcaron decididamente hacia la izquierda, tomando el marxismo co-mo instrumento de reflexión; otros —como Real— fueron del falangismo al ruralismo y de este a la izquierda. Alguno hubo —como Methol Ferré— que hizo su periplo sin abandonar jamás su catolicismo. Formaron trincheras militantes en Marcha, escribieron ensayos, firmaron proclamas, rodearon y/o criticaron a los líderes políticos.

¿Dónde están los intelectuales hoy, cuando la queja del campo se ha convertido en ineludible tema político? ¿Los ha espantado la pospolítica? O sea, la política en tiempos de moralidad posmoderna, la que mezcla lo políticamente correcto con impactos de prensa, la que se mueve a olas de empatía y personalismos mediáticos. Aquella en la que las reivindicaciones giran en torno a diferencias e identidades, estableciendo un mosaico de grupos que ofrecen dificultades a la hora de buscar una argamasa que los una. Se instalan co-mo deseables y correctos, porque se les reconoce la demanda. Incluso son invocados por otros grupos (que de esa for-ma legitiman su propia propuesta sumando reivindicaciones de colectivos estigmatizados y excluidos), pero no pasan el umbral político de la demanda puntual. Pueden convocar a miles, pero no llegan al "todos" de la vieja política, a secas.

La política es una actividad colectiva ejercida con el fin de defender los intereses del común. Nace de la existencia de conflictos sociales y de la necesidad de resolverlos. Tiene la obligación de actual en base a la ética de la responsabilidad y por encima de la ética de los principios (más ligada a la retórica electoral y a los utopismos); debe interpelar a la sociedad en nombre de un "nosotros" de tipo universal y en contra de un "ellos" de tipo particular.

Si hablamos de un "nosotros" estamos frente a un grado de politización de alto voltaje, capaz de movilizar y exhibir la legitimidad del "todos". Si —en cambio— decimos "ellos", estamos reduciendo una reivindicación a la queja de un grupo que no representa a nadie más que a ellos mismos. Independientemente de la legitimidad de su protesta.

Los intelectuales de hoy en Uruguay pueden sentir que no forman parte de la convoca- toria realizada y reducirla a "ellos", pero lo que no pueden es dejar de ver el fino umbral que —de la mano del enojo— lleva al "nosotros". Es un malestar indeterminado y tan voraz que se alimenta tanto de los titulares que anuncian crímenes y robos, como de la última suba de impuestos o del cambio de una vieja pauta cultural, en nombre de los nuevos derechos. Ese enojo es un actor político de primer orden en la sociedad uruguaya, esa que Real bautizó como "amortiguadora". Incluso en enero.

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