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De Intendente a Presidente

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álvaro caso Bello
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Mediando la década de 1940, Luis Batlle Berres tenía sus miras políticas puestas en ser intendente de Montevideo.

Pero los rivales políticos en la interna colorada vieron en esta ambición una amenaza. En la interna del batllismo se acordó que Batlle Berres fuera como candidato a la vicepresidencia en fórmula con Tomás Berreta -quien fuera intendente de Canelones- para las elecciones de 1946.

Detrás de este acuerdo por un cargo, “en apariencia menos relevante,” en palabras de J. M. Sanguinetti, podría leerse la intención de negar un lugar de gestión y visibilidad en Montevideo al sobrino de Batlle y Ordóñez. La vicepresidencia, por su parte, era un lugar difícil de rechazar. Para pesar de sus rivales, Batlle Berres aceptó la vicepresidencia y Berreta murió a poco de asumir en 1947.

Este episodio muestra dos ideas que coexisten en la historia política uruguaya. La primera es la creencia de que ser intendente de Montevideo es una plataforma de lanzamiento a mayores ambiciones políticas. La segunda, contrario a lo que piensan propios y rivales, muestra que pasar por la jefatura de la capital se presenta, con frecuencia, como lo contrario. Más que una escala a la presidencia, Montevideo es un destino en sí mismo que pocos han logrado transformar en algo más.

Pensemos en otro ejemplo para reafirmar el primer punto: el episodio del plenario departamental del Frente Amplio de 2010 que truncó las aspiraciones de Daniel Martínez al ejecutivo capitalino. En ese caso, la historia de Batlle Berres parecía repetirse con los rivales políticos de Martínez bloqueando sus aspiraciones por temor a que la Intendencia fuera su catapulta a un premio mayor.

Los acontecimientos posteriores parecieron darles la razón. Tras cinco años de “penitencia” en el Senado, Martínez tejió las alianzas necesarias para ser candidato a intendente de Montevideo -aunque no sin la resistencia de quienes impulsaron a Lucía Topolansky como candidata. Tras cuatro años al frente de Montevideo, Martínez intentó el salto a la presidencia con el resultado conocido.

La segunda regla sobre los intendentes capitalinos es menos conocida pero más infalible. Muy pocos intendentes de Montevideo lograron ser presidentes de la República tras su paso por la capital. Solamente hay dos excepciones que confirman la regla. Andrés Martínez Trueba ocupó el sillón comunal en 1947 y 1948 pero no finalizó su mandato como tal. Tras un paso por otros cargos, fue candidato a presidente y sucedió a Batlle Berres.

Tabaré Vázquez se aparece como un ejemplo más reciente cuya experiencia como primer intendente de Montevideo electo por el Frente Amplio es, usualmente, notada como un paso necesario para ingresar en la política mayor del Uruguay. Pero la conversión del Vázquez intendente en presidente no fue inmediata -tardó quince años desde iniciado su mandato, incluyó dos derrotas y el zurcido de desavenencias internas.

Cabe mencionar que ningún sucesor de Vázquez cosechó éxitos políticos luego de sembrar gestiones montevideanas. Acaso, con la excepción notable de Martínez y posiblemente de Carolina Cosse, pareciera que la selección de candidatos en Montevideo del Frente Amplio excluyó -¿intencionalmente?- perfiles con ambiciones nacionales.

La divergencia entre la percepción de la Intendencia de Montevideo como catapulta al poder y la realidad de que pocos mandatarios capitalinos se transformaron en presidentes merece una exploración más detallada que excede esta columna. Esta discrepancia también se constata a nivel general en la historia política reciente: poquísimos intendentes departamentales se han convertido en candidatos presidenciales exito-sos luego de sus gestiones.

Una posibilidad, especialmente notable en tiempos recientes de cobertura incesante en medios formales y redes sociales, es que gobernar, y gobernar Montevideo en particular, viene con gran desgaste político. Gobernar directamente e indirectamente a más de la mitad de la población del país también puede resultar un exceso de exposición y en la fijación de la opinión pública respecto al intendente. La sobreexposición de intendentes a nivel nacional puede resultar en altos grados de conocimiento en la opinión pública, pero tal vez redunde en menor margen para modificar las opiniones de la ciudadanía en tiempos electorales.

Estos aspectos deberían ser tomados en cuenta en los análisis, un tanto automáticos, sobre la proyección nacional de los nuevos intendentes electos. Ya hay una tentación en ver a Carolina Cosse y Yamandú Orsi como presidenciables entre sus propios simpatizantes, que proclamaban futuras candidaturas el domingo 27 de setiembre, y entre sus críticos, algunos en estas páginas, que los subían al ring de futuros rivales del actual oficialismo. Si bien el edificio de la Intendencia y la Torre Ejecutiva están en un camino casi rectilíneo, el camino real de ocupar una jefatura a otra es bastante más sinuoso y con más escalas.

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