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“Tuércele el cuello al cisne”

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Con un soneto titulado así, el poeta mexicano Enrique González Martínez rompía en 1911 con el modernismo literario. La idea de aquel mundo perfecto pero helado, que había inventado Rubén Darío, era así cuestionada por uno de sus discípulos: ya no bastaba con poetizar desde un esteticismo vacío, sino que había que poner el alma en cada verso, con toda su imperfección y furia.

Con un soneto titulado así, el poeta mexicano Enrique González Martínez rompía en 1911 con el modernismo literario. La idea de aquel mundo perfecto pero helado, que había inventado Rubén Darío, era así cuestionada por uno de sus discípulos: ya no bastaba con poetizar desde un esteticismo vacío, sino que había que poner el alma en cada verso, con toda su imperfección y furia.

El ejemplo es aplicable a la comunicación electoral de la oposición en este Uruguay frenteamplista. Entre octubre del año pasado y el último domingo, las campañas positivas cedieron espacios de preferencia del público a favor de un estilo distinto. Según el politólogo Daniel Chasquetti, Novick comunicó “por la negativa”, pero esa apreciación no es correcta. Es cierto que el candidato independiente del Partido de la Concertación fue muy crítico del oficialismo, pero apostando a la confrontación de prácticas políticas: despilfarro versus gestión, burocracia versus buena administración, etc. No se trató solamente de pegar palos, sino también de explicitar los correctivos.

Claro que el estilo personal de Novick no fue el del político simpático y entrador. Muy por el contrario, no ocultó su ceño fruncido, ni su enojo e indignación ante los paisajes oscuros de la realidad montevideana. “Grosero, mentiroso, miserable, despiadado, embarrado, oscuro, peligroso”, dijo de él y su campaña el asesor de comunicación del Frente, Esteban Valenti, en una sorprendente columna de Montevideo Portal que tituló “Novick, lo peor de la política”.

Con el diario del lunes, dirigentes y asesores de la coalición de izquierda hacen un reconocimiento romántico a los partidos tradicionales, lamentando que en Montevideo hayan sido poco menos que colonizados por un villano de película de Disney. Se apoyan en una especie de homenaje póstumo a la campaña “por la positiva” de Lacalle Pou, omitiendo que en octubre les vino de perillas, porque mientras el desafiante emitía mensajes alegres y joviales, ellos lo torpedeaban por debajo de la línea de flotación, tratándolo de pituco e inexperiente. En el fondo, prefieren que sus adversarios formulen campañas pasteurizadas, pero cuando los retadores son ellos, no dudan en usar artillería pesada como la que dispararon contra Antía en Maldonado y Moreira en Colonia.

El liderazgo de Novick en la Concertación pone en evidencia la ruptura de un paradigma engañoso: el de que no es conveniente trancar fuerte al FA, recomendación que suelen hacer politólogos, opinólogos y otros expertos. Tengo entendido que esa misma sugerencia recibió Pedro Bordaberry de unos asesores norteamericanos, esos inefables personajes que no tienen la más remota idea de las peculiaridades electorales uruguayas pero pontifican lo que hay que hacer, de acuerdo con sus disímiles experiencias y subjetividades.

En el fondo, ese prejuicio se origina en aceptar como real el falso axioma de que el FA es quien marca la vara de lo moralmente aceptable. Quien se opone es un “derechista”, o sea un leproso en el paraíso de la izquierda. En cambio, la nueva generación de retadores del FA tendrá que confiar más en sí misma y salirse de la corrección política, sin miedo a proclamar en forma fuerte y clara las debilidades del oficialismo, su doble discurso, sus falacias y malos resultados de gestión.

Solo allí se reencontrará con un electorado potencial que, a pesar de todas las apelaciones a la unanimidad, sigue discrepando con el poder dominante o desea contener en algo su ambición de absolutismo.

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Álvaro Ahunchain

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