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Tarde de perros

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Álvaro Ahunchain
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El 3 de enero, un adolescente de 17 años se ahorcó con una sábana, dentro de su celda, en el centro de reclusión del Inisa de Bulevar Artigas y Cufré. Había ingresado 15 días antes por haber cometido una rapiña.

La noticia, aparecida en El País a la mañana siguiente, quedó minimizada por un cóctel veraniego que incluía las protestas del agro, Astori tomando mate en la playa, Diego Forlán, Pampita, Bascou... Pero es la más importante de todas. Porque habla más que cualquier otra del país que irresponsablemente estamos dejando a nuestros hijos.

Si en algo ha sido experto este gobierno fue en crear siglas rimbombantes. A la mazmorra donde ocurrió la tragedia, que había sido inaugurada tres años antes, la bautizaron como Ciedd, Centro de Ingreso, Estudio, Diagnóstico y Derivación, y dijeron que era "un centro modelo". En esa época dependía del Sirpa, Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente. Como este no marchó bien, la idea fue redenominarlo como Inisa, Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente. Es lo que tienen con su corrección política: suponen que cambiando el nombre a lo que hacen mal, mágicamente las cosas les saldrán mejor. Pero el centro modelo rápidamente se convirtió en perrera.

Una nota aparecida en Qué Pasa, en agosto, consignó que cuando la nueva directora Gabriela Fulco visitó el lugar, a solo un año de su inauguración, "oía gritos de jóvenes llamando a los funcionarios, mientras estos estaban en un corredor tomando mate, café y fumando, sin hacer nada". Fulco los acusó públicamente: "ustedes están gestionando este centro como si fuera una perrera" y respecto a la infraestructura en sí misma, insistió en que "una perrera tiene más espacio". Hubo informes críticos de Unicef, un intento de reforma aprobado por el parlamento con cuantiosas inversiones y una posterior denuncia de estafa, impulsada por legisladores de la oposición y concretada por el propio Inau. La actualización de esta información puede leerse en un informe de Daniel Lema, publicado en la última edición de Búsqueda.

Los hechos: en lo que va de la actual gestión, ya se suicidaron cuatro jóvenes. Hay una parte de la sociedad que se muestra indiferente a esta tragedia. Son los que cosifican a estos adolescentes como "pichis", enemigos. En el mejor de los casos, es una posición que revela ignorancia. En el peor, una despreciable impiedad. Y hay otra parte de la sociedad que se llena la boca con palabras bonitas como inclusión, pero que nada hace, y trata de justificar su inoperancia agitando todavía hoy el fantasma de una crisis económica que ocurrió hace 15 años. Unos y otros dan vergüenza, y en su incapacidad de obrar con integridad y sensibilidad, evidencian el desastre humanitario que se avecina.

Chiquilines que desertan de un sistema educativo que se cae a pedazos, que acceden a un porro con el patrocinio del mismo Estado que les niega un libro, que quedan en la feroz disyuntiva de trabajar para el narco o ser su víctima. ¡Chiquilines! Casi niños, que morirán hoy o mañana, en una refriega que puede deberse hasta por una estúpida camiseta de fútbol. O por una bala perdida en barrios donde ni encerrados en su casa estarán seguros. O ahorcados con una sábana en la perrera "inclusiva", ante tartamudeantes justificaciones.

Pero qué importa. Es verano. Siempre habrá temas frívolos con los que anestesiar a los indignados.

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