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Siempre podemos dar más

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álvaro ahunchain
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Uno puede llorar a mares mirando películas de ficción como La vida es bella de Roberto Benigni o La familia de Ettore Scola. Pero emocionarse con un documental es más complicado. Sin embargo, Greg Mortimer: en busca de una tierra solidaria, lo logra.

Esta película uruguaya, dirigida por Federico Lemos y producida por Pablo Marqués, merece verse por más de una razón. En la superficie, porque narra los detalles de un hecho que conmovió a la opinión pública nacional y mundial, en boca de sus protagonistas. Pero más en lo profundo, porque trasmite de manera muy contundente un mensaje humanista que trasciende el hecho en sí. Y vaya si necesitamos humanismo en estos tiempos sobrecargados de frivolidad, relativismo y vacía corrección política.

Lo primero que cabe apreciar es lo mal parada que queda la compañía que regenteaba ese crucero. Su errática y omisa gestión ante la crisis queda de manifiesto no solo por lo que testimonian sus tripulantes y pasajeros, sino por el sobreimpreso final que aclara que la solicitud de entrevistas por parte de la producción a sus responsables, nunca fue respondida. Es una regla que está en la primera página de cualquier manual de manejo de crisis: “El silencio no es negocio”, como titulaba el argentino Alberto Borrini su libro sobre comunicación empresarial. Cuando no dan la cara, las empresas también están comunicando: dan una muestra cabal de su falta de empatía y compromiso. El público es capaz de perdonar a quien se equivoca y lo reconoce, pero castiga duramente al que huye por la puerta trasera.

Con la misma contundencia con que denuncia la omisión de esa compañía, la película expresa una imagen fuertemente empática de los uruguayos. No solo del gobierno que tomó la decisión arriesgada de socorrer a los damnificados. También del personal de la salud que encaró la asistencia con elevado sentido del deber e impecable organización. Y principalmente de todos los compatriotas que, para sorpresa de los viajeros rescatados, salieron a alentarlos y solidarizarse con ellos. Ahí es donde la historia adquiere una dimensión épica: no fue solo la actitud solidaria de un puñado de dirigentes políticos y profesionales de la salud, fue un pueblo que ganó la calle con banderas, cuando podía haberse quedado en la casa, en un momento de la pandemia en que imperaban el miedo y la inseguridad.

Así, el episodio del Greg Mortimer se inscribe en una tradición de pequeñas gestas uruguayas de unión en la adversidad, como lo fue en mayor escala el injustamente denominado “Milagro de los Andes”. (Digo injustamente, porque no fue un milagro. Fue una proeza -muy humana y nada divina- de inteligencia, organización y espíritu de equipo de un grupo de adolescentes sometidos a una situación límite).

Hay que situarse en el Uruguay de hace un año y medio para valorar el coraje del ministro de Salud Pública Daniel Salinas y del entonces canciller Ernesto Talvi, al promover una decisión que cualquier operador político medianamente curtido podía calificar de “comprarse un problema”. La pandemia era para nosotros todavía una incógnita: la veíamos en el espejo adelantado de China y países europeos con centros de tratamiento intensivo colapsados. Llegaban imágenes de gente quemando cadáveres en plena calle, en países sudamericanos como el nuestro.

El Pit-Cnt convocaba a un bochornoso caceroleo reclamando cuarentena obligatoria. Las redes sociales politizaban la desgracia global. Incluso recuerdo un inmundo video sin firma que se viralizó por doquier, que pretendía atacar al gobierno mostrando fotos, sin autorización de sus familias, de personalidades famosas que habían fallecido. El sentido común, tan usual en algunos políticos, llevaba ineludiblemente a desoír la tragedia del Greg Mortimer y silbar para arriba. Pero tuvimos gente al mando que no midió costos y se la jugó por una acción humanitaria: rescatando primero a los pasajeros del crucero y después a sus tripulantes.

Creo al respecto que una frase que pronuncia el ministro Salinas, cuando es entrevistado en la película, resume de manera brillante no solo el temple de gobernantes y médicos en este caso puntual, sino cuál debe ser la actitud de toda persona ante las adversidades de la vida: “Siempre podemos dar más”. Y no refiere a otorgar prebendas, en esa dinámica tan propia de los nefastos populismos que nos rodean. No es inventar ningún “Plan Platita” como el de acá enfrente. Es darnos nosotros mismos, más allá de nuestras responsabilidades. Brindarnos en apoyo del prójimo, midiendo los riesgos pero sin amedrentarnos por ellos. Hacer más de lo que se espera que hagamos. Pensar fuera de la caja. Encontrar y aplicar soluciones que no aparecen como demandas en las encuestas, pero que son vitales para darle un sentido a nuestro pasaje por la vida.

Es volver nuevamente a Rodó: Ariel en lugar de Calibán. Un humanismo superador de ese utilitarismo pueril al que nos empuja una y otra vez la inercia cotidiana.

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