La experiencia piloto del llamado "Pase responsable", realizada el sábado en el Auditorio Adela Reta del Sodre, fue reveladora en más de un sentido.
Hasta donde se sabe, no hubo ni un solo positivo entre el centenar de voluntarios que participamos, por lo que, salvo cambios que surjan del seguimiento posterior, el espectáculo fue seguro en el aspecto sanitario. Es un dato no menor para quienes abogamos desde siempre por la reactivación del sector cultural. Pero tan importante como esto, el episodio permitió aquilatar como pocos el nivel de exasperación irracional que está ganando a la opinión pública por causa de la pandemia.
Ya no se trata simplemente de un enfrentamiento entre oficialismo y oposición, ni entre gobierno y gremios. La iniciativa del asesor de presidencia Nicolás Martinelli, que bien podía haber sido valorada con un sentido esperanzador, recibió fuego cruzado desde los lugares más impensables.
Era de esperar que enojara a quienes abogan por una paralización total del país. Reclaman bajar la térmica, lo que puede ser muy confortable para un empleado público, pero no para un artista que vive de su profesión.
Lo paradójico fue que la iniciativa molestó también a muchos de quienes claman por el restablecimiento de los espectáculos. Y el hecho más revelador al respecto fue la doble protesta callejera en torno al auditorio, donde coexistieron en la misma esquina, anárquicamente, los manifestantes antivacunas con consignas delirantes, y una delegación de artistas circenses que reclamaba el derecho al trabajo.
La diferencia profunda entre las dos manifestaciones se notaba a simple vista: mientras los artistas se expresaron usando tapabocas y manteniendo el distanciamiento físico, los seguidores del doctor Salle lo hicieron sin ninguno de estos resguardos, aglomerándose y gritando (y gritándonos a quienes salíamos del auditorio en nuestra cara).
No tengo el conocimiento científico para determinar la validez de la experiencia piloto. Ojalá solo opinaran sobre el tema quienes lo tuvieran, pero ya es sabido que para destruir iniciativas ajenas, la impunidad de los todólogos a la moda es total y absoluta.
Sobre lo que sí puedo y quiero opinar es acerca del ya imprescindible retorno de la actividad cultural al país. No es solamente porque el sector adolece de una informalidad sistémica, que viene desde hace décadas. Es también porque el teatro, la danza, la música, el cine, todas las expresiones artísticas que necesitan de la presencialidad, constituyen activos vitales para el bienestar de las personas.
Es muy triste asomarse a las redes sociales y leer a quienes, de un lado, abominan de los hacedores culturales por ese despreciable prejuicio de que "deberían agarrar para las ocho horas". Pero también es bochornoso leer a quienes, del otro lado, estigmatizan una iniciativa de reapertura por el solo hecho de que surge de un gobierno que no votaron.
La protesta del sábado pasado es indicativa de que la compleja situación sanitaria nos conduce a un estado de crispación, donde importa más el volumen del grito que la calidad del concepto.
Unos despotricaban contra las vacunas, otros contra la imposibilidad de trabajar, que solo se derrotará definitivamente gracias a las mismas vacunas.
La cultura es también el mejor antídoto contra estas inercias de la razón.