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Quemar el rancho

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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El incendio intencional de un rancho de Punta del Diablo donde había morado un paciente de coronavirus, habla mucho de una conducta atávica que no pasa solo por castigar al infectado sino que, peor aún, apela a un rito purificador parecido a los de la Santa Inquisición.

En el plano de la discusión política, la angustia que genera el aislamiento tiene consecuencias igualmente indeseables.

Fue muy importante que el legislador Alejandro Sánchez desactivara con un oportuno tuit una campaña contra Sergio Puglia, que consistía en boicotear los productos que lo patrocinan, en rechazo a su posicionamiento político. Si bien el debate en las redes sociales suele parecerse a una lucha en el barro, no se había llegado nunca al extremo de intentar coartar la libertad de expresión de alguien por la vía de cercenar sus fuentes de ingreso.

Tanto el legislador citado como Federico Graña salieron al cruce de esos fanáticos, demostrando que el republicanismo sobrevive a pesar de todo.

Lo que hay que analizar es qué lluvias trajeron estos lodos.

Mientras líderes y prominentes intelectuales de izquierda sigan emitiendo discursos maniqueos, mientras sigan hablando de una derecha neoliberal que opera intencionadamente en contra de las clases populares, no es extraño que la gente común, a solas con su telefonito, profundice esa visión con llamados a la intolerancia. Hace unos días posteé en Facebook una discrepancia con lo que había publicado un amigo, para quien el gobierno actual "hace pagar la crisis a los trabajadores" y todo ese lugar-comunismo. La única respuesta que recibí fue la acusación de que el gobierno me había comprado con un "carguito". Aparentemente esa persona nunca se enteró que vengo defendiendo las mismas ideas desde mi adolescencia y que nunca las callé durante los últimos quince años de gobiernos de izquierda (al contrario, las expresé aún con más fuerza). No es raro que haya quien interprete intereses personales en opiniones discrepantes; en el fondo eso es con lo que muchos de sus líderes políticos vienen machacando a través de los años, desde la década del sesenta del siglo pasado.

Ahora postulan una falsa oposición entre salud y economía, como si desarticular la segunda no afectara directamente a la primera.

Los ciudadanos de a pie que incurren en esos esquematismos pueriles tienen derecho a expresar opiniones equivocadas o infundadas. La responsabilidad es de las personalidades influyentes de los ámbitos políticos, académicos y comunicacionales, quienes deberían predicar con la racionalidad en lugar de agitar eslóganes huecos.

Lo que vale para un lado del espectro también se aplica a su opuesto.

A diferencia de otras épocas, las redes muestran a una extrema derecha envalentonada que insulta a cualquiera porque sí, usando estereotipos equivalentes.

Últimamente estoy viendo tuits y memes que agravian en forma generalizada a los músicos uruguayos, porque un puñado de ellos hizo publicidad a favor del FA en las últimas elecciones.

Primero: es absurdo suponer que todo el sector cultural vota lo mismo. Segundo: es antidemocrático discriminar a un artista por el solo hecho de que defiende una posición política diferente a la nuestra.

Son obviedades, pero parece necesario recordarlas en estos tiempos de nuevos y anónimos Torquemadas.

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