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Pensar en bloque

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Álvaro Ahunchain
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En octubre de 1999, cuando se venía el primer balotaje, el publicista José María Reyes creó un eslogan para Jorge Batlle que hoy vale la pena rememorar: "llegó la hora de votar juntos".

Esa convocatoria, más una enérgica campaña conducida por el propio Batlle contra el impuesto a la renta que promovía el Frente Amplio, lograron que el candidato que había salido segundo en octubre resultara victorioso en noviembre. Aquel momento histórico fue clave para entender el Uruguay del presente.

El resultado de la elección de 1994, última antes de la reforma electoral, había mostrado a los partidos mayoritarios dividiendo la preferencia ciudadana en tercios casi iguales. El balotaje de 1999 impuso en cambio una lógica de dos bloques: reimplantó de hecho el bipartidismo. Allí, el reagrupamiento de las "familias ideológicas" funcionó bien: se había logrado comunicar la existencia de dos modelos de país en pugna y la gente pudo optar.

Luego vinieron los gobiernos frenteamplistas y esa certeza se ha empañado. Para mantener el poder, el FA devino en una cooperativa de votos (de esas que tanto criticaba en los partidos fundacionales), donde suman socialistas utópicos y tecnócratas, bolches y promotores de la inclusión financiera, peleándose y negociando azarosamente, pero nunca renunciando a votar juntos.

La oposición, en tanto, no está dando imagen de bloque, sino todo lo contrario. La única intersección clara entre sus partidos está en la crítica al gobierno. Pero cada uno sigue trabajando su propia chacrita. Entonces, lo que mira el ciudadano común, ese 15 por ciento de indecisos que definirá la elección el año que viene, es un oficialismo caótico pero al mando, enfrentado a una oposición desunida, de comportamiento meramente reactivo. El Partido Nacional, enfrascado en sus movidas y rencillas internas. El Colorado, en una indefinición de liderazgo, a esta altura inquietante. El de la Gente, apartándose en forma equidistante de uno y otro bloque. El Independiente, procurando aún una coalición socialdemócrata de difícil concreción. Todos critican al gobierno, eso sí. Pero ninguno asume que, el año que viene, solo se sale de esto sumando fuerzas. Y para lograrlo, no se trata de travestir ideas o tragarse sapos, sino precisamente de lo contrario. Observando la realidad de manera desapasionada, uno no puede entender cómo es posible que el bloque opositor no actúe como tal. No me refiero a una política de alianzas, sin duda impensable. Hablo de algo tan sencillo como la definición de ciertos acuerdos programáticos básicos, que permitan comprometer un voto común en el balotaje y articular un gobierno de consenso de cara a 2020. Y no se trata de llegar al impracticable nivel de detalle de la Concertación Nacional Programática de los años 80.

Lo que la ciudadanía reclama hoy es una oposición que no esté ni limitándose solo a criticar, ni "jugando al roba montón", como gráficamente ha escrito Sergio Abreu ayer en esta página. La oposición que la gente espera es una organización coherente, que estampe en negro sobre blanco los cambios imprescindibles en política económica, educación, salud, seguridad, inserción internacional, infraestructura, política cultural… Cada partido por separado ha dicho cosas razonables sobre todos estos temas, pero falta una ya urgente coordinación estratégica que los posicione juntos, como alternativa de gobierno. ¿Qué están esperando? ¿Que pase el mundial de fóbal?

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