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Música chatarra

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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El portal Tvshow de nuestro diario informa que se ha desatado una polémica en torno a la contratación del grupo argentino de cumbia villera Damas Gratis, por parte de los organizadores de la Semana de la Cerveza de Paysandú.

La nota pone el énfasis en el enojo de una edila del FA, que califica esa decisión de “sexista”, opinión compartida por la comunicadora Sol Bauzá.

Tienen razón: una banda que canta cosas como “Laura, se te ve la tanga” o “andate, borracha, te fuiste al baile y me viniste sin bombacha” (sic), bien puede ser tildada de sexista, pero es mucho más que eso. La cumbia villera es discriminadora en ese y muchos más sentidos. Propongo al lector la poco digestiva tarea de googlear las letras de Damas Gratis, donde se verá con algunas de estas lindezas: “cuando el cheto duerme le rompan el a´ujero. Sufre cheto, devuélveme a mi chica, yo te voy a robar el Mercedes y las pastillas”. O “te ponés cartel de chorro y sos un transa nada más. Si hiciste tantos hechos, decime en qué penal”. Al igual que Los pibes chorros o Fuerte Apache, esta banda formula en sus letras ostentosas apologías del delito y la vida criminal. Promueve la lumpenización, llevando a la categoría de obra artística mensajes promotores de ignorancia y violencia.
En tanto, para permanecer fieles al pueril relativismo de nuestra trasnochada posmodernidad, algunos gestores culturales y políticos minimizan el problema, argumentando que esa música gusta a mucha gente.

Está más que claro que rechazamos cualquier límite a la libertad creadora. Lo que nos preguntamos es si una celebración masiva, organizada por un gobierno departamental, tiene que contratar a un grupo de música chatarra. Si la decisión de dónde invierte el Estado su presupuesto debe inclinarse hacia lo que le gusta a la gente o más bien hacia lo que, sin dejar de ser entretenido, constituya un aporte cultural de valor. Es justificable que el mercado premie estos productos espurios.

Pero el Estado debe oficiar allí como un contrapeso, una plataforma de difusión y promoción de obras de jerarquía. Y es mentira que dicha calidad no va de la mano de las preferencias masivas: el Cuarteto de Nos, invitado al mismo evento, es una muestra de que se puede ofrecer una propuesta popular de alto nivel, sin menoscabo de su nivel de adhesión.

Para muchos (y estoy pensando en unos cuantos de nuestros políticos), esta no es una batalla que valga la pena pelear. ¿Para qué poner un freno a lo que entretiene a la gente? Pero después se rasgan las vestiduras porque en ciertas zonas conquistadas por el narcotráfico, a un funcionario que hace bien su trabajo le gritan “antichorro”, como si fuera un insulto. O cuando un niño, dentro de su propia casa, cae abatido por una bala perdida. La cumbia villera es una expresión fidedigna de esa cultura: la del estatus heroico del narco, la de la abominación del policía, la de la naturalización de la violencia de género y la homofobia.

Ciertos puristas aplauden que esos antivalores se expresen a través de la música, como si al hacerlo, sus cultores evitaran saquear y matar. En realidad es al revés: lo que ha logrado la cumbia villera es resignificar esa forma de vida, rodeándola de un halo de grandeza y promoviendo su emulación. Nadie pide que los encarcelen por cantar estupideces. Pero sería deseable al menos que los organismos del Estado no los cebaran con lucrativos contratos.

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