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Miremos arriba

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álvaro ahunchain
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El punto de partida de “No miren arriba” (una producción de Netflix escrita y dirigida por Adam McKay) no es original.

La idea distópica de que un meteorito de grandes dimensiones puede impactar sobre la Tierra y extinguir a la humanidad ya fue presentada en otras películas estadounidenses, como “Armageddon”, “Impacto profundo” y “Buscando un amigo para el fin del mundo” (esta última, sin duda la más interesante de todas). Lo que diferencia a la que nos ocupa, que acaba de estrenarse en cines y en la plataforma que la produjo, es que aprieta decididamente el pedal de la farsa sin dejar títere con cabeza.

(Conviene verla antes de seguir leyendo, pueden venir spoilers).

En la mejor tradición de aquellas comedias negras italianas de los años 60 del siglo XX, como “Los monstruos” de Dino Risi, las conductas humanas aquí están llevadas al extremo de la inverosimilitud, con la sola intención de hacer más evidente la hipocresía y mediocridad cotidianas, a través de una lente deformante. Es lo que tiene el humor paródico: nunca queda claro si las carcajadas que nos produce son liberadoras o angustiantes. Muchas veces confundimos erróneamente la risa con alegría: nada que ver, y esta película es un muy buen ejemplo de ello.

En “No miren arriba” no se salva nadie: desde la presidenta de Estados Unidos que interpreta Meryl Streep, más preocupada por posicionarse para las primarias que por salvar a la humanidad, hasta el científico bohemio que protagoniza Leonardo DiCaprio, siempre en la cuerda floja entre su misión heroica y aprovechar egoístamente unos minutitos de fama. Quien lleva la peor parte es cierto periodismo televisivo yanqui de entretenimiento, con un par de conductores que informan la noticia trágica sin perder ese tonito burlón y simpático que parece ser un paradigma del género.

En última instancia, la película separa a quienes claman por “no mirar hacia arriba” y quienes promueven lo contrario. Y la síntesis es significativa, porque pone de manifiesto que el peligroso meteorito vale como una metáfora de lo que nos negamos a enfrentar, distraídos en una leve borrachera de autocomplacencia y frivolidad. Es una ceguera moral que las nuevas formas de comunicación tienden a acentuar; en tal sentido es muy reveladora la escena en que unos expertos en interpretación de redes sociales, explican a los académicos qué quedó en el público del anuncio que hicieron de la catástrofe por televisión: memes burlones, tuits elogiando la pinta del científico, parodias. Es una perfecta descripción del deterioro conceptual que va de la mano de la hipercomunicación: lo racional pasa a último plano y lo único que emerge es lo accesorio.

Para completar tanta desgracia, sale a escena por allí un magnate que sintetiza en forma paródica a los Musk, Gates y Zuckerberg de este mundo, quien con su poder de lobby distorsiona y sustituye las recomendaciones científicas y así precipita el desastre. Ni siquiera el supuesto jardín del edén al que llegan algunos sobrevivientes, desnudos como Adán y Eva, evita el desenlace trágico…

Mirar o no mirar hacia arriba: esa es la disyuntiva que nos plantea sabiamente la película. Salir del endiosamiento del clic en las redes y tratar de entender los verdaderos conflictos que nos aquejan, o dejarse llevar por la narcosis de lo frugal y divertido hasta que todo estalle.

Una evidencia más de que la humanidad no se salva con tecnología y confort. Que lo único que garantizará la supervivencia de la especie es, ni más ni menos, el humanismo.

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